Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos
115 La dimensión temporal es central a la hora de hablar sobre la memoria, ya que ésta no se relaciona sólo con el pasado, pues es en el tiempo donde transcurrimos que se actualizan los recuerdos, se ponen en común con otros, con un grupo, con una comunidad. Desde el presente y teñido por lo que acontece aquí y ahora, seleccionamos nuestros recuerdos y construimos una memoria sobre un acontecimiento determinado que necesariamente dialoga con lo que hoy nos pasa. Si el tiempo organiza la vida y las narraciones de una sociedad, y el tiempo es pensado y estructurado socialmente, la memoria en la vida de las personas tiene que ver con el modo de organizar el tiempo en una sociedad determinada. Los relatos acerca del pasado se cuentan, se narran en el presente y si bien se piensa la memoria en el pasado, en realidad es puro presente, pues es desde el cronotopo del presente, desde el aquí y el ahora, que se mira a los acontecimientos pasados para ordenarlos, narrarlos, interpretarlos. Esta actividad construye una secuencia narrativa, una línea de tiempo con los acontecimientos “ acomodados ” por el narrador. El sentido otorgado a ese relato es funcional a los intereses de quien cuenta y dónde. La dimensión temporal de la memoria articula pasado, presente y futuro, pues muchas veces se piensa el relato con vocación aleccionadora y para no repetir; como expresa la frase tantas veces dicha. La construcción de una identidad colectiva funda y presupone al mismo tiempo una memoria colectiva. Tal memoria no es sólo propiedad del pasado común sino también proyección prospectiva del propio perfil identitario sobre el futuro. La identidad se configura en un proceso de reencuentro, de identificación con lo mismo en el espiral de la memoria. Por esto resulta imprescindible articular memoria, identidad y cultura. La cultura es memoria y se relaciona con la experiencia histórica pasada. La cultura actual sólo se constata como tal, por la traducción de las experiencias del pasado (Lotman 1979). La cultura se construye como escenario de una multiplicidad de memorias, privadas, de un antagonismo de voces -en términos de Bajtin (1982)- por las que los sujetos perciben a los otros y, a través de ellos, a sí mismos. Estas identidades se despliegan en el intervalo de una experiencia ordenadora de la vida. La memoria, entre otras cosas, como vivencia actual de un pasado o mejor dicho de un relato acerca del pasado, constituye identidad. Tributaria del sentimiento de continuidad y de la coherencia, es la forma en que en el sujeto está alojada la identidad. Esta memoria se aloja en los discursos emergentes de la vida cotidiana y también de los discursos públicos que recuperan la memoria colectiva y procesos de identificaciones sociales y culturales. Candeau
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