Migraciones transnacionales: inclusiones diferenciales y posibilidades de reconocimiento
38 – migraciones transnacionales Conclusiones Los colectivos haitiano y venezolano suelen estar segregados en la ciudad de Santiago, sin embargo, estas localizaciones residenciales no constituyen espacios históricamente separados de la ciudad, ni guetos, ni enclaves étnicos, así como tampoco son espacios de nichos económicos exclusivamente de haitianos o ve- nezolanos. Se trata de territorios ubicados en las comunas de Quilicura, Santia- go y Estación Central, además de Ñuñoa y Providencia, en el caso venezolano, mixtos en cuanto a su población (haitianos, colombianos, peruanos, venezola- nos, chilenos, entre otros) y sus funciones (residenciales y laborales) en que las tensiones etnorraciales que se viven tienen su origen en la creciente proximidad entre personas con tradiciones distintas, los nacionales y los inmigrantes prove- nientes de América del Sur y el Caribe. Los interlocutores dan cuenta que pese a esta cercanía es poca la interacción entre vecinos, pues los chilenos tenderían a ser “cerrados” y neorracistas con la población haitiana afrodescendiente. En cambio, los venezolanos narran un incipiente proceso de comunicación intercul- tural, siendo reconocidos por los santiaguinos. Este sentimiento chileno hacia la comunidad haitiana queda reflejado en los nueve vuelos de retorno a Haití que se han hecho en menos de un año desde la Fuerza Aérea (fach), acorde al denominado “Plan de Retorno humanitario”, a través del cual personas haitianas –un total de 1.805– se inscribieron para regresar a su país de origen. Se ha alejado así a cientos de haitianos, deportando, ejercien- do violencia simbólica y negando el derecho a la ciudadanía. Esta segregación y exclusión social permite vislumbrar una perspectiva de la identidad chilena, la que se ha imaginado históricamente como una sociedad y cultura ordenada, ho- mogénea y cuya población tendría características físicas propias de los “blancos”, ante la cual la población haitiana sería “no integrable”, en cambio la venezola- na sería integrable e incluso deseable. Se aleja así a los haitianos (de la frontera nacional y relegándolos hacia la periferia santiaguina) negándoles viviendas y una ciudadanía urbana, por sus características “raciales” y culturales (hablan otra lengua, “no les entendemos”, practican vudú), que serían incompatibles con la chilenidad. Este rechazo tiende también a aumentar en la medida que la pobla- ción local percibe que ha llegado “demasiado” extranjero, generándose un cierto pánico demográfico y económico producto de la pulsión territorial y del miedo a la pobreza, lo que se ha desencadenado durante los últimos años tanto en ba- rrios residenciales como en espacios laborales donde interactúan inmigrantes y chilenos. Pese a estas hostiles condiciones con que el Estado y la sociedad chilena reciben y tratan a los haitianos, la alta cohesión social propia, el capital social que
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