Los cazadores-recolectores y las plantas en Patagonia: perspectivas desde el sitio cueva Baño Nuevo 1, Aisén
Introducción – 17 Introducción El origen del problema En la evaluación de los modos de vida de los cazadores-recolectores, es fun- damental conocer cómo estos grupos humanos interactuaban con su entorno y se organizaban para la obtención y explotación de los recursos, desde varias dimensiones. En lo referido a las plantas, esto implica tratar el tema a partir de la selección de las mismas y sus partes para ser usadas con distintos fines así como de la tecnología asociada a su obtención, explotación, procesamiento, y posterior descarte. En ese sentido, la interacción ser humano-entorno vegetal ha sido ampliamente documentada etnográficamente (Lee y Devore 1968, 1995; Binford 1991; Politis 1995; Hather y Mason 2002; Codding y Kramer 2016); sin embargo, su caracterización arqueológica tiende a centrarse en la información que más perdura en el registro arqueológico –tecnología lítica, restos de fauna, evidencias bioantropológicas–, reduciendo su descripción, de este modo, a las actividades relacionadas con la caza y a la obtención de otros recursos de mayor cuantía, como la fauna, el agua y las rocas, minimizando la recolección de vege- tales (Hather y Mason 2002). Se suma a lo anterior el hecho de que los análisis de estos materiales constituyen algunas de las líneas de estudio más tradicionales en arqueología (Hather y Mason 2002; Piqué et al. 2008). Pero, ¿qué sucede con los otros recursos que son igualmente importantes, cuyo estudio contribuye a la comprensión global de la interacción entre el ser humano y el medio ambiente? Los vegetales, por ejemplo, constituyen uno de los recursos potenciales para ser explotados por grupos cazadores-recolectores, dado que las plantas habitan una variedad de ambientes y poseen múltiples usos, siendo quizás el más cono- cido su utilidad como combustible (Ford 1979); no obstante, su visibilidad ar- queológica tiende a ser baja. Por una parte, influye el tamaño de las evidencias botánicas, en las que se distinguen restos macroscópicos (como carbones) y mi- croscópicos (como microfósiles). Por otro lado, están los problemas relativos a la conservación diferencial de este tipo de evidencia orgánica en el registro arqueo- lógico respecto a otras de más larga durabilidad. Un antecedente importante en la integración de datos arqueobotánicos al estudio arqueológico de cazadores-recolectores en Sudamérica, en general, y en Chile, en particular, ha sido el caso del sitio finipleistocénico de Monte Ver- de (~14.600 años calibrados antes del presente [años cal ap]; Dillehay 1997; Dillehay et al. 2008). En virtud de excepcionales condiciones de conservación
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