Iguales pero diferentes: trayectorias históricas prehispánicas en el Cono Sur

TRAYECTORIAS DE DIFERENCIACIÓN MATERIAL Y SIMBÓLICA – 173 miten llamar a los últimos habitantes de tales pueblos por los nombres con los que fueron registrados: yocaviles, quilmes, tolombones, cafayates, hualfines, etc., englobados en conjunto bajo la denominación de diaguitas. Pero las poblaciones anteriores, que son de mi interés, se conocen sólo por sus restos arqueológicos, carecen de nombres propios, por eso, al momento de mi primer acercamiento a ellas –hace treinta años– comencé a llamarlas presantamarianas o precalchaquíes y también les cabría el término prediaguitas. En ese entonces, faltaban investi- gaciones sistemáticas de largo plazo, no se contaba con estudios estilísticos de su cultura material, ni se habían analizado colecciones de objetos completos de dicha época. Incluso las unidades arqueológicas correspondientes a ese momen- to carecieron de fechados radiocarbónicos hasta el año 2000 (Scattolin 2006a). En contraste, el primer milenio ec había sido identificado con claridad al sur de mi área de estudio, en el valle de Hualfín (y poco después en la zona del Alamito, Núñez Regueiro 1974), por la distribución temporal y espacial de es- tilos como Condorhuasi, Ciénaga y sobre todo del estilo Aguada, cuyos iconos más representados son “el guerrero” y “el jaguar”. Como se sabe, el valle de Hual- fín ha provisto la secuencia temporal principal que rige las periodizaciones más conocidas y las descripciones de los estilos más populares en el núcleo árido del Noroeste argentino, los cuales, en gran parte, fueron establecidos por A. Rex González en las décadas de 1950 y 1960 (González y Cowgill 1975), quien tam- bién postuló la existencia de varias culturas arqueológicas. Luego, en los años 1980 y 1990, se situó el centro de origen de la cultura arqueológica Aguada en el valle de Ambato (Pérez Gollán y Heredia 1990; Pérez Gollán 1991; Tartusi y Núñez Regueiro 1993). Al noroeste de mi área de estudio se halla la Puna, cuya arqueología aldeana era conocida –al inicio de mis estudios– por los asentamientos de Laguna Blanca (González 1977: 374-375), los sitios monticulares de Casa Chávez en Antofagas- ta de la Sierra (Olivera 1991) y las estancias y cementerios de Tebenquiche (Kra- povikas 1955). Allí, la cerámica más común presenta menos atributos externos distintivos, su estilo está más despojado de ornamentación. En cambio, hacia el noreste, en la más lluviosa vertiente andina oriental, los estilos corrientes del pri- mer milenio usaron modelados plásticos zoomorfos y antropomorfos, incisiones y pintura, por ejemplo, en la cerámica de La Candelaria. En los años setenta, Os- valdo Heredia formuló una secuencia de cambios en dicha alfarería que abarca aproximadamente los primeros mil años de la ec (Heredia 1974). De los valles de Tafí y Anfama, en la vertiente oriental, también se conocían sus modalidades alfareras, aunque fueron menos estudiadas desde el punto de vista iconográfico; no obstante, sus instalaciones habían sido estudiadas extensivamente (Berberián

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