Arqueología de la región atacameña
86 RICARDO E. LATCHAM cas queda todo el espacio dividido en pequeños cuartos de un poco más de tres metros en cuadro . No todos los cuartos están en el mismo nivel, porque siguiendo el declive, cada terraza es más baja que la anterior. En cada terraza hay dos hileras de piezas. Algunos sectores de las construcciones están intactos, pero otros tienen los muros y las pircas caídas. Los habitantes modernos se han servido de las construcciones como corrales para sus cabras y han abierto puertas en los muros. En la actualidad, sin embargo, nadie vive en las inmediaciones y están completamente abandonadas. A juzgar por las partes menos deterioradas, los muros no han tenido una altura de más de 1.S mt. y en parte son aún más bajos. Las construcciones fueron techadas de palos de al garrobo sobre los cuales se extendían esteras de sarona o brea, planta muy abundante en la vecindad. Restos de los palos y de las esteras se hallan todavía dentro de los cuartos, cubiertos en gran parte de tierra y de huano de cabras. Es posible que las esteras se sujetaban contra el viento por medio de piedras colocadas encima. Estas construcciones presentan algunos problemas intere- sante ó No tienen ni puertas ni ventanas . Los cuartos están completamente cerrados y no se puede entrar en ellos sino por arriba, andando 'por los muros. Luego, son tan bajos que una persona de mediana estatura no podría pararse en ellos, estando techados. No encontramos en ellos señales ni de fogón ni de fuelio. En algunos de ellos hicimos excavaciones sin encontrar artefactos ni otros objetos, ni indicios de que el piso hubiese sido removido. ¿Para qué servían entonces estos cuartos? Era evidente, por su extensión que la construcción había sido comunal o co- lectivo, pero por la incomunidad, estrechez y poca altura pa- recía difícil que cada cuarto hubiese formado una habitación. El estudio de las costumbres cotidianas de los actuales ha- bitantes de aquellos campos, descendientes directos de los anti- guos pobladores , aunque ya habitan edificios de mayor como- didad y pretensión, nos dió la probable clave. En Quillagua no llueve nunca, el clima es cálido, pero las noches, aun en los meses de más calor, son frías y sopla un vien to helado, a veces casi insoportable. Los habi tan tes pa- san muy poco dentro de sus casas. De día viven casi exclu- sivamente bajo las ramadas que construyen delante de sus casas, sombreadas por los algarrobos y chañares frondosoS. Allí hacen sus fuegos y cocinan, comen y duermen la siesta y ejecutan la mayor parte de sus quehaceres domésticos. Sólo
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