Encuentro Archivo, Documentación y Patrimonio Teatral
15 El teatro actúa como una especie de memoria semiótica de la cultura. Siendo, como señala Iuri Lotman, una verdadera enciclopedia de los signos que definen a una cultura, el teatro constituye una discursividad en la que es posible leer el discurso social que entreteje (evidencia) la existencia compleja de múltiples subjetividades y horizontes temporales. Si, como en palabras de Reinhart Koselleck, “el tiempo histórico, si es que el concepto tiene un sentido propio, está vinculado a unidades políticas y sociales de acción, a hombres concretos que actúan y sufren, a sus instituciones y organizaciones” (2013, p. 14), las diversas temporalidades que el teatro chileno de la primera mitad del siglo XX contiene, revelan un espacio de experiencias que debemos leer como procesos de significación subjetivos. Los discursos de memoria pueden ser asociados a la búsqueda por fundar o establecer un teatro chileno cuya orientación temática abandonará los moldes costumbristas para retratar el espacio social en el que comienza –en la primera mitad del siglo XX- a constituirse la identidad nacional. Si en un primer momento la intención de actores y empresarios teatrales estuvo marcada por el ánimo de lograr distanciarse de las influencias españolas, en un segundo momento, junto con el desarrollo de propuestas dirigidas a profesionalizar la actividad en el país, se dispuso del teatro como herramienta civilizadora y divulgadora de tradiciones vernaculares. Si bien es cierto estas prerrogativas surgieron a fines del siglo XIX, es en las primeras décadas del XX cuando logran tomar forma, particularmente en la medida que la zarzuela y el sainete, como formas teatrales hegemónicas, comienzan a ser desplazadas por el desarrollo incipiente de una dramaturgia nacional que propende a exponer temáticas propias. En la medida que comienzan a aparecer nuevos teatros en Santiago, la dimensión educativa empieza a perder fuerza, cediendo su espacio a la exigencia de un teatro más profesional y capaz de entretener a los ávidos espectadores de la época. Las primeras compañías nacionales de teatro se forman entre 1910 y 1915, siendo las más destacadas las dirigidas por Díaz de la Haza –que según Acevedo Hernández es la primera en “explotar el teatro nacional- y el actor Arturo Buhrle, que recorrió el país presentando obras nacionales. Nombres significativos de la literatura chilena del momento, como Rafael Maluenda, Daniel de la Vega, Manuel Magallanes Moure y Víctor Domingo Silva, son también dramaturgos. Algunas creaciones destacadas del período son Isabel Sandoval, modas , de Armando Moock; La suerte , de Rafael Maluenda; Nuestras víctimas , de Víctor Domingo Silva; y La batalla , de Magallanes Moure, entre otras obras escritas y estrenadas entre 1915 y 1920. En todas estas obras prevalece la visión costumbrista y el rescate de valores populares, aunque en rigor no cabe rotular o identificar estas expresiones dramáticas como parte significativa de un “teatro popular”. A veces, convive también la mirada crítica acerca de los problemas sociales de la Memoria, archivo y representación
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