Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen II
– 735 – De creencias y actitudes a reflexividad: transiciones... • Héctor Muñoz Cruz Diversos autores coinciden en la vaguedad e imprecisión del concepto, pero admiten su conveniencia en espacios de investigación empírica. No deja de sorprender la flexibilidad de los expertos acerca del estatus conceptual endeble del término. En pleno apogeo del término actitud, Strauss (1945) aseguró que este constructo no constituía propiamente un concepto psicológico técnico, sino que pertenecía al sentido común, lo que Bruner (2006) llamaría mucho tiempo después ‘ la psicología popular’ . Sin embargo, lejos de recomendar su abandono, sugiere un esfuerzo por precisarlo. A inicios de la segunda mitad del siglo XX, el concepto de actitud recibe dos ajustes relevantes en su configuración técnica. Por un lado, se admite compatibilidad con el concepto de conducta (behavior ), corrimiento epistemológico que disminuye la importancia teórica de la perspectiva de la actitud como actividad mental o cognitiva, que procedía de la corriente del mentalismo. Por otro –en el marco de la valoración de las variedades lingüísticas no estándares y lenguas minoritarias– se agrega un enfoque de dignificación o legitimidad para juzgar la validez relativa de los estereotipos. En términos de Schiffman (1977), las interpretaciones ‘ no científicas’ acerca del lenguaje se tornan socialmente respetables. En suma, los contenidos principales del paradigma de las actitudes se sustentan en dos oposiciones principales. La primera consiste en la contradicción entre el llamado mentalismo, que concibe la actitud como un dato de la conciencia privada y el análisis disposicional, que a su vez vincula la dimensión cognitiva de la actitud (creencia) con un mecanismo conductual o de interacción social, estableciendo una especie de correlación entre valorar y actuar. La segunda oposición compromete una discusión sobre la estructura componencial del fenómeno y plantea una discrepancia importante entre la hipótesis multidimensional, que sugiere una composición compleja de las actitudes, originada por componentes cognitivos (saber), elementos semióticos afectivos (valoración) y esquemas de comportamiento interactivo versus una estructura unidimensional, que define la naturaleza principal de la actitud en relación con el aspecto afectivo valorativo 6 . Aunque con una orientación claramente descriptiva, también la investigación dialectológica de comienzos del siglo XX se ocupó de la credibilidad de las variedades de lengua que eran estigmatizadas o –por el contrario– que se les atribuía alto prestigio. Un gran número de estudios en Inglaterra y los EE. UU. exploraron una pretendida regularidad de los hablantes al hacer juicios definidos y consistentes sobre características físicas y atributos de personalidad de los 6 Ante la imposibilidad de distinguir entre creencias y otras disposiciones a partir del simple examen de la conducta, según Villoro (1984), se torna más teóricamente aceptable la propuesta de la acción razonada de M. Fishbein (1996) de volver a una definición unidimensional, con el fin de diferenciar conceptualmente las nociones de creencia y actitud, reservando para esta última la orientación afectivo-valorativa.
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