Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen II
– 1189 – Alcances sobre la toponimia. Teoría y praxis • Claudio Wagner con la división político-administrativa del país dispuesta por una autoridad superior, con la tradición que pesa en la cartografía oficial, o con alguna otra. 3. S íntesis ( sincretismo ), nominal o morfo-nominal, que en este caso será iniciativa de nomencladores autóctonos, lo que no es extraño, dado que la prolongada confrontación que debieron sostener los pueblos aborígenes de Chile con los españoles –la guerra deArauco se extendió por varios siglos–, vivió también periodos más o menos largos de paz entre los contendientes, lo que permitió una relativa convivencia entre dos culturas muy diferentes. Eso explicaría el intercambio lingüístico a nivel de léxico de los pueblos quechua, aymara y sobre todo mapuche con el español, lo que se refleja muy bien en la toponimia mapuche, que incorpora apelativos españoles como términos, ahora, específicos en sus nombres de lugar –que han perdurado hasta hoy–, conformando así interesantes síntesis nominales y morfológicas: Malalcahuello (malal ‘corral’+ caballo), Pichilaguna (pichi ‘pequeño,a’+laguna), Loncotoro (lonco ‘cabeza’+ toro), Quilamanzano (quila ‘tres’+ manzano), Loncowaca (lonco + vaca); Pumanzano (pu ‘plural’ + manzano), Putabla (pu + tabla). 4. Sustitución del topónimo indígena por uno hispano: Melipulli (localidad) > Puerto Montt, Ainilebu (río) > Río Valdivia, Vulchuquén (punta) > Punta San Mateo (en 1544) > Punta Galera (en 1547). Desde Chiloé hasta el extremo sur de Chile (42 a 55° Sur), este procedimiento ha operado de una manera peculiar, ya que no solo han sido desplazados topónimos autóctonos de la zona, como el yámana Leuaia > Isla Navarino y otros, por nombres españoles, ingleses y holandeses, sino también ha habido sustituciones toponímicas entre los propios nombres europeos, generalmente en beneficio de los ingleses (Latorre 1998: 64). En cuanto a la segunda posibilidad, un territorio sin asentamiento humano de la extensión que sea, aunque en la actualidad cada vez más difícil de encontrar, siempre estará abierto a ser descubierto en algún momento y luego colonizado. Es lo que ha ocurrido con el impresionante e inhóspito territorio del extremo sur de Chile, en el que la gran cantidad de topónimos híbridos en lenguas europeas delata los afanes colonialistas de las reiteradas expediciones inglesas, holandesas y también francesas desde el siglo XVI, pero sobre todo durante el siglo XIX (Latorre 1998: 64; Contreras 1977). Y, por supuesto, el propio país mantiene una política de colonización abierta para ese territorio y otros, que se reactiva cada cierto tiempo. Uno de los casos más recientes lo constituye el poblado Villa O’Higgins , fundado oficialmente en 1966, aunque los primeros asentamientos de colonos en la zona datan de la segunda década del siglo pasado. En este caso de áreas o zonas sin población, la nominación no tiene restricciones. Aun así, el proceso obedece a dos tipos de motivación:
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