Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen II
– 1181 – Alcances sobre la toponimia. Teoría y praxis • Claudio Wagner podemos prescindir de ellos porque pertenecen a la lengua corriente, constituyen una sección particular del léxico común, son parte de nuestro lenguaje diario, y en cuanto tal “la variedad y heterogeneidad de este léxico es comparable a la del lenguaje común, ahí está o puede estar todo…” (V. más adelante), como acertadamente dice Trapero (1995: 33). Pero hay que entrar en precisiones: existe una diferencia de naturaleza entre el léxico toponímico y el léxico común de una lengua , que va más allá del hecho formal de que el primero es identificado como nombre propio y como tal se escribe siempre con mayúscula. Y esa diferencia radica en el hecho de que un topónimo remite directamente al objeto, es decir, el significante o cuerpo físico –fónico o gráfico– de la palabra se relaciona directamente con el referente, el objeto, esto es, el lugar, sin el significado de la palabra como intermediación entre uno y otro; dicho de otro modo, desempeña una función designativa, de referencia a un objeto extralingü ístico y no una función significativa, en cuanto valor de contenido de la lengua, presente en el resto del léxico. No obstante, siendo enteramente válida esta distinción para topónimos como Colchane, Mehuín o Copiapó , que se nos aparecen como topónimos semánticamente opacos , por su carencia de significado, no lo es tanto para Valle Hermoso, Puerto Viejo, Coronel o Pampa de Camarones , cuyos componentes son fácilmente reconocibles como provenientes del léxico común, por lo que es dable concluir que, además de la función de individualizar un objeto específico (en este caso un lugar concreto), estos últimos topónimos tienen la función de significar la clase o especie (de lugar en este caso), como todo nombre común, por lo cual se nos aparecen como topónimos transparentes , desde el punto de vista semántico. Y estos ejemplos llevan a distinguir, en un topónimo compuesto, dos tipos de elementos: el término genérico , un nombre común –normalmente un sustantivo, ocasionalmente un adjetivo ( Cerrillos de Tamaya, Mina Punta Lobos , Alto del Carmen) que identifica de manera general un elemento geográfico por sus características, y el término específico –uno o más de uno–, que identifica de manera particular la entidad geográfica denominada, y que puede ser un nombre propio o común (Paso Stokes, Pampa Buenos Aires, Peña blanca , Golfo Tres Montes, ). Cuando el topónimo es simple, solo estamos ante el término específico, tanto si se trata de topónimos opacos como transparentes ( Colchane, Mehuín, Copiapó , Los Riscos, El Arenal, Picaflor ). Hay todavía una distinción más de utilidad para el análisis, y ella se refiere al hecho de que existen topónimos cuya primera función es la de referirse a los elementos geográficos, y eso de manera exclusiva, y otros que desempeñan esa función de manera secundaria, porque su función primaria es la de ser nombres comunes. Los primeros, los llamados topónimos primarios , pueden ser nombres propios, como Neltume, Rancagua, Antofagasta , o comunes, como Montaña, Río, Isla, Puerto, Bahía, Pampa, Cerro , Llano , Cumbre , a partir de los cuales se forman la mayoría de los topónimos compuestos: Río Negro, Pampa Ancha, Puerto Edén, Cerro Moreno, Cumbres de San Gregorio. Los topónimos secundarios
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