Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen II

– 1180 – Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier Sin embargo, en los estudios de Lingüística, la toponimia ha ocupado tradicionalmente un lugar marginal como disciplina filológica auxiliar de la historia y de la geografía humana, como dice Coseriu (Trapero 1999: 15) en el Prólogo al Diccionario de Toponimia Canaria , de M. Trapero. En efecto, los estudios sobre toponimia se han reducido a indagar el origen y significación primitiva, etimológica, de un topónimo, la descripción del referente y los antecedentes históricos de su procedencia, como los concienzudos trabajos de Latorre (1997: 181-196; 1998: 55-67 y 2001: 129-142) que, siendo muy valiosos en sí mismos, no constituyen la única perspectiva posible cuando se trata de interpretar un nombre geográfico, como se verá más adelante. Dan un paso más aquellos estudios que utilizan un criterio semántico al agrupar los topónimos autóctonos de acuerdo a su referencia designativa (tipo de relieve del elemento geográfico y su descripción, situación geográfica, naturaleza del terreno, manifestaciones vitales sobre el mismo, etc.), pero el análisis posterior de los topónimos del corpus seleccionado sigue siendo el tradicional, como se hiciera, por ejemplo, para la toponimia del sur de Chile (Wagner 1964: 283-302; Ramírez 1983 y 1988; Bernales 1990), sin considerar la posibilidad de relacionar semánticamente unos nombres toponímicos con otros, en razón de que no se tenía presente la noción de sistema, como sí la tiene Trapero, cuyo desarrollo de una “teoría lingüística de la toponimia” representa para Coseriu nada menos que “una revolución en la toponomástica” (Trapero ídem, ibíd.). Las consideraciones teóricas que siguen –muchas de ellas procedentes de Trapero, deudor a su vez de Coseriu (1977), que queremos enriquecer con el análisis semántico de Pottier (1974: 61-78), pretenden mostrar, con ejemplos de la toponimia chilena de base hispánica extraídos del mapa oficial levantado por el Instituto Geográfico Militar de Chile para el Atlas Geográfico para la Educaci ón (IGM: 194-215), la riqueza de esta parcela del léxico común del español de Chile, y promover en esta línea el estudio de la toponimia chilena. La razón principal de este escaso interés por los estudios lingüísticos hay que buscarla en el hecho de que los topónimos son nombres propios, esto es, nombres que definen un objeto en particular, razón por la cual no tienen cabida en los diccionarios corrientes de lengua, que recogen los nombres comunes, que son recurrentes porque se refieren a tipos o clases de objetos, y constituyen la mayor parte del léxico común de una lengua cualquiera. Y, sin embargo, el léxico toponímico es usado por todos los hablantes de una lengua sin distinción de edad, rango social o lugar, por razones tanto prácticas como teóricas. Sin los topónimos muchísimas actividades, por no decir todas las que normalmente se desarrollan en un país cualquiera –comunicaciones, comercio, desplazamientos, turismo, planificación nacional, gestión pública, social, política, económica y medioambiental, etc.– se verían seriamente afectadas, si no impedidas, ya que sin los nombres geográficos no podríamos contar con las referencias espaciales que permiten contactarnos más allá de nuestro entorno inmediato. Y la razón teórica que explica la existencia de topónimos es que no

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