Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen II
– 1127 – El valor de la Lengua Española • Darío Villanueva instituciones como la crítica y la enseñanza, u otras formas de recreación pueden proporcionarles. Entendidas así las cosas, cada factor, proceso o agente de este sistema literario participa y depende de todos los demás, y tan solo desde esta perspectiva de conjunto se puede aprehender en un sentido pleno el significado de la literatura. Bien destacó todo esto Octavio Paz en su discurso de Alcalá con motivo de la recepción del Premio Cervantes correspondiente a 1981 cuando afirmaba que por literatura no entendía simplemente una colección de autores y libros sino “una sociedad de obras” en la que el papel cocreador de los lectores es fundamental. Pero no lo es menos la presencia de una tradición literaria consolidada, con su abanico de temas, procedimientos y estilos, con su canon de autoridades comúnmente aceptadas, de una crítica y una didáctica atentas a su análisis e interpretación, y de una industria cultural que mediante las casas editoras, las revistas y suplementos literarios y otras empresas afines provea de cauce y soporte a la pura creación, y satisfaga las demandas de los lectores. La literatura no termina con el momento misterioso y germinal de la escritura en solitario del poema, la novela, el ensayo o el drama, pues entonces el texto apenas si tiene vida propia más allá de su creador, de cuyo talento, percepción estética de la realidad, cosmovisión y demonios personales la obra viene a ser cabal reflejo. En cierto modo, es entonces cuando la obra literaria comienza a existir, y se abre para ella un vasto panorama en el que no caben limitaciones espaciales ni cronológicas. Palabra esencial en el tiempo era la poesía para Antonio Machado, y según T. S. Eliot, el conjunto de la literatura universal, y dentro de ella el conjunto de la literatura de cada país, tiene una existencia simultánea y compone un orden simultáneo. Esta última idea de que todos los libros y todos los autores son contemporáneos entre sí, y en cierto modo también compatriotas, es fácilmente asimilable a la vieja afirmación de que la patria de un escritor es la lengua, una y otra vez invocada por los ganadores del premio Cervantes: por ejemplo, así lo fue en 1983 por Luis Rosales y en 1992 por Francisco Ayala. Para Jorge Luis Borges, por su parte, la lengua es nuestra tradición, y tan solo le es dado a cada escritor el modificarla levemente, idea que también agradaría a Eliot, pues para él, en contra de los excesos románticos, la originalidad de un autor brilla tanto más cuanto mejor se incardina en la tradición a la que pertenece. Por supuesto que ésta no comprende solo la literatura escrita en una lengua, pero cuando ésta es tan amplia y fecunda como la española, constituye en sí misma todo un universo inagotable de recursos y posibilidades, tanto para los autores como para sus lectores. Este valor es objeto de reconocimiento generalizado, que en mi opinión encontró una formulación eminente en una memorable intervención del premio Cervantes Sergio Ramírez en el Congreso Internacional de la Lengua Española que tuvo lugar en Cartagena de Indias en 2007.
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