Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen II
– 1124 – Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier En la unidad de nuestra lengua universal, bien perceptible hoy gracias a la fluida comunicación que la movilidad de las personas y la transmisión a través de los medios de nuestras respectivas hablas facilita, tuvo mucho que ver, en este trascendental siglo XIX, la labor académica. Unidad incomparable al de cualquiera de las otras grandes lenguas. Unidad ortográfica plena. Unidad reconocida y justitificada en la monumental Nueva gramática de la lengua española publicada en 2009, completada con la Fonética dos años después y elaborada desde el más escrupuloso planteamiento panhispánico. Unidad que no significa uniformidad, pues se enriquece con los distintos acentos, modismos y particularismos del español de todo el mundo. Hace ahora 149 años, cinco decenios después de las independencias, la Real Academia Española, que ya había nombrado como miembro suyo correspondiente al gran maestro de nuestra lengua en el siglo XIX, el venezolano/chilenoAndrés Bello, elaboró un Reglamento para la fundación de Academias Americanas correspondientes, aprobado por la Junta de 24 de noviembre de 1870 a propuesta del Director, el Marqués de Molíns y de otros académicos. El sucinto reglamento de 11 artículos viene precedido de una exposición de motivos que parece escrita desde un profundo sentimiento de fraternidad y exigencia de unidad, como bien se percibe en esta frase: “Los lazos políticos se han roto para siempre; de la tradición histórica misma puede en rigor prescindirse; ha cabido, por desdicha, la hostilidad, hasta el odio entre España y la América que fue española; pero una misma lengua hablamos, de la cual, si en tiempos aciagos que ya pasaron usamos hasta para maldecirnos, hoy hemos de emplearla para nuestra común inteligencia, aprovechamiento y recreo”. Y como fruto de este espíritu, se creo en 1871 laAcademia colombiana de la lengua española, la decana, detrás de la RAE, de las hoy existentes. Muy pronto celebrará, pues, su sesquicentenario. La Academia chilena, por su parte, fue establecida el 5 de junio de 1885, y una de mis primeras satisfacciones como presidente de ASALE fue conmemorar en Santiago su centésimo trigésimo aniversario. Encuentro en aquel texto fundamental de 1870 el germen de la inspiración panhispánica que hoy felizmente rige la actividad de todas nuestras Academias. Fue en 1950 cuando el entonces presidente mexicano Miguel Alemán Valdés promovió la iniciativa de un primer “congreso deAcademias de habla española”. Las sesiones se celebraron en abril de 1951 y dieron origen a la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). Pero ya en 1870 se hablaba, por ejemplo, de la necesidad de “activas y regulares comunicaciones”. Pero, sobre todo, se afirmaba que “la Academia Española ha reconocido y proclamado que, sin el concurso de los españoles de América [lógicamente hay que entender por tales a los americanos que hablan español], no podrá formar el grande y verdadero Diccionario Nacional de la Lengua. Para ello convoca a sus hermanos, nacidos y puestos al otro lado de los mares...”. Se llega a formular, en la misma línea, el desiderátum de una futura
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