Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen II

– 1072 – Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier ideal de virtud, y el empleo, también voluntario, de los textos de autoridad o testimonio, sobre todo cuando no se reflejan usos aislados y la definición no exige una referencia de este tipo, perpetúan a principios del siglo XVIII la tradición misógina anterior, presente, por ejemplo, en Covarrubias (Azorín 2019). En este sentido, el diccionario se comporta, según sucede habitualmente, como reflejo de la cosmovisión predominante en el momento de su redacción. No entendemos, sin embargo, que esta representación respondiera a un deseo intencionado en este sentido por parte de los académicos. Inmersos en una labor lexicográfica concebida de modo científico y, por tanto, ajena a cualquier otra implicación, los redactores del Diccionario de Autoridades no entraron a considerar la oportunidad de las enseñanzas de sus refranes o de los textos de sus autoridades porque, dejando al margen que, como hemos dicho, reflejaban una ideología que continuaba vigente en el momento de redacción, lo que no permitía cuestionarse la oportunidad de los textos, los refranes y las autoridades, cada uno a su manera, formaban parte de la lengua histórica que había que compendiar y reflejar y era este solo interés lingüístico y filológico (§2) el que los movía. Los refranes constituían elemento esencial de la manifestación de la lengua española y en muchos de ellos se había comprobado, además, el paso hacia la generalización desde la particularidad femenina; las autoridades, por su parte, se escogían como textos modélicos por su ‟gallardía y elegancia” lingüísticas, sin que entraran en juego consideraciones de otra naturaleza, que, por lo demás, resultaban plenamente coherentes con la percepción más común. Fueron, por tanto, este afán lexicográfico y la necesidad de mostrar el esplendor de la lengua los elementos que condicionaron la selección de las autoridades, que, como modelos, debían pertenecer obligadamente a autores de momentos anteriores, principalmente de los siglos XVI y XVII, y aún más antiguos, en los que forzosamente habían de encontrarse las ideas al uso sobre el género femenino; se daba la coincidencia, además, de que muchas de las fuentes más valoradas por los académicos ofrecían a menudo una perspectiva especialmente misógina. En el caso de los refranes, lo mismo que se ha dicho para otro tipo de voces o expresiones, como los arcaísmos, neologismos, dialectalismos, habrá que volver sobre el deseo académico de construir un ‟Diccionario copioso y exacto” como explicación para la entrada de paremias que albergan tales enseñanzas sobre la mujer (§2). Esta justificación no puede alcanzar, sin embargo, a las glosas de estas paremias, que representan, contra la modernidad de las definiciones, el momento en que la redacción académica nos hace partícipes de la tradicionalidad de sus ideas y de la vigencia de un (anti)modelo femenino que tardaría aún mucho tiempo en romperse, lo que nos lleva a confirmar, volviendo sobre el diccionario como fuente de información ideológica (§2), que a estas alturas del siglo eran escasos todavía los avances que apuntaban hacia un cambio de la imagen femenina.

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