Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen II

– 1003 – Diccionarios, gramáticas y ciencia • José Manuel Sánchez Ron Me parece que si la materia de nuestro Sol y planetas, y de toda la materia del universo, estuviera distribuida de manera uniforme por todos los cielos, y como toda partícula posee una gravedad innata hacia el resto, si todo el espacio en el que esta materia está distribuida fuese finito, la materia fuera de ese espacio tendería por su gravedad hacia toda la materia en el interior, y en consecuencia caería hacia al medio de todo el espacio, y allí formaría una gran masa esférica. Se trataba de un problema muy serio, el de la estabilidad de un universo finito en el que la materia que contiene está distribuida uniformemente en él. Según la dinámica y teoría de la gravitación que Newton desarrolló en los Principia , un universo de ese tipo terminaría, irremediablemente, colapsando en una región esférica en la que se agruparía toda la materia del universo. Es obvio que semejante conclusión podía dar pie a reflexiones de naturaleza teológica, a las que Sir Isaac nunca fue ajeno, como bien apreció John Maynard Keynes (1985: 365) quien lo denominó “mago” porque “contemplaba al universo y todo lo que en él se contiene como un enigma, como un secreto que podía leerse aplicando el pensamiento puro a cierta evidencia, a ciertos indicios místicos que Dios había diseminado por el mundo para permitir una especie de búsqueda del tesoro filosófico a la hermandad esotérica. Creía que una parte de dichos indicios debía encontrarse en la evidencia de los cielos y en la constitución de los elementos (y esto es lo que erróneamente sugiere que fuera un filósofo experimental natural); y la otra, en ciertos escritos y tradiciones transmitidos por los miembros de una hermandad, en una cadena ininterrumpida desde la original revelación críptica, en Babilonia. Consideraba al Universo como un criptograma trazado por el Todopoderoso”. Pero no pretendo seguir por esta senda, únicamente señalar que aquel pionero de la lexicografía y el arte de construir diccionarios que fue Samuel Johnson, no fue ajeno a la ciencia de su tiempo. Y en este punto quiero recordar a dos grandes nombres de la historia de nuestro hermoso idioma, que como aquel inglés mostraron que el estudio del castellano –habría que decir de cualquier lengua–, de su gramática o lexicografía, no es incompatible con un interés relativamente avanzado por la ciencia. De hecho, más que decir “no es incompatible” habría, en mi opinión, que afirmar rotundamente que debe ser “compatible”, porque de otra forma las panorámicas lingüísticas que se producen adolecerán de la miopía propia de quienes ignoran que la ciencia constituye un elemento fundamental de las sociedades en que viven los humanos. De las sociedades y de las “visiones del mundo” que nos esforzamos en construir. Antonio de Nebrija Antonio de Nebrija (1441-1522) es recordado sobre todo por ser el autor de la primera gramática castellana (1492), pero no fue ajeno a las ciencias. Estudió cinco años en la Universidad de Salamanca, fundada como Studium generale

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