Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen I
– 552 – Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier procedimiento de convivencia y sociabilidad; un emisor-enunciador transmite unos signos llenos de contenido, que el receptor-coenunciador comprende, y graba mentalmente, para después rememorarlo, comentarlo y retransmitirlo. El uso cotidiano del lenguaje potencia la sociabilidad y el grupo; en él se crean y recrean nuevo signos de referentes externos o interiorizados mentalmente, o imaginados o soñados,… hablando informal o seriamente de cuestiones triviales, o esenciales y vitales y aun trascendentales. A todo esto volveremos más adelante al plantear el origen de nuestro lenguaje. Pero en estas raíces fundamentales está la base del prodigio de la comunicación humana: en la capacidad de simbolizar –después significar–, y en base de ella, la capacidad de abstracción. Sin ellas no existiría un lenguaje como el nuestro. A partir de aquí, un sistema comunicativo como la lengua, que opera con un buen número de abstracciones, se desarrolla a través de combinaciones, permutaciones y variaciones –como se verá– capaz de producir un extraordinario número de mensajes. DEL ORIGEN DEL HOMBRE Y SU LENGUAJE Precisar el momento exacto en que apareció el homo sapiens en la tierra, como tal, es imposible, y aun dudo que tenga sentido el intento. Podemos conocer por numerosas investigaciones, las principales fases reconocibles de su evolución, de su devenir. Pero ahora en esta ocasión nos interesa centrarnos en épocas más próximas a nosotros. Lo cierto es que hace unos 60.000 años nuestros antepasados, entre otros los neandertales, ya utilizaban el fuego, que les aportaba luz y calor, y trabajaban la piedra tallándola para tener útiles de caza y trabajo. Al parecer, estos pueblos ya creían en una vida tras la muerte, respetaban a sus mayores, recordaban a sus muertos y formaban grupos cohesionados de tipo familiar. Pasados los años, muchos de estos grupos durante generaciones (hace 35.000- 40.000 años) sufrieron la invasión de otros grupos-pueblos más avanzados, con los que muy probablemente se fusionaron y mezclaron. De estos sabemos que tenían un lenguaje más avanzado que el de sus predecesores, dominaban el fuego, asaban animales de la caza, trabajaban la alfarería, tenían conceptos del arte –que plasmaban en techos y paredes de sus cuevas-cabañas (como las de Lascaux y Altamira)–, fabricaban nuevos tipos de armas y cestos, se dedicaban a la pesca y molían el grano de cereales silvestres para obtener harina. De todo esto hace entre 40.000 y 10.000 años, época en que arranca la agricultura; es decir, el dominio de la tierra por el hombre y la domesticación de animales, a los que utilizaban para las labores. Eran ya hombres plenos, del grupo del llamado homo sapiens sapiens , dotados de un cerebro bastante mayor y más complejo que el de sus antepasados neanderthales y mucho más que el de los viejos primos gorila y chimpancés.
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