Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen I

– 539 – Leonardo Padura y el lenguaje… • Ana María González y Nayara Ortega Asimismo, podemos encontrar interesantes reflexiones en torno al valor del uso en el lenguaje, así como a la noción de corrección lingüística, concepto que –valga la pena aclararlo– ha sufrido un significativo cambio, al considerarse el carácter policéntrico de la norma y la importancia del uso de los datos y su documentación en los diferentes registros y zonas geográficas. Llama la atención su percepción sobre la relación lengua/ literatura; uso /creación literaria, tan subestimada, polarizada y controvertida a veces. Sin embargo, para Padura [e]l idioma es un tablero de ajedrez en el que todas las piezas tienen su valor, todas deciden. Y se hace con el uso, o sea, con el juego sobre ese tablero que es una realidad, una sociedad, una época. Como su principal función es la comunicación, pues en el uso cotidiano el idioma encuentra su sostén, su vitalidad y una vía de crecimiento, pues siempre el tiempo nos enfrenta a circunstancias diferentes que deben bautizarse de alguna manera y, según la validez de ese bautizo, pues se crea otra joya que enriquece al idioma o la lengua (Ramírez 2018). Inmediatamente, examina la intensa relación dialéctica entre el lenguaje, la creación y los usos. Y explica los aportes de la literatura a la vitalidad, eficacia y enriquecimiento del lenguaje. Se refiere, sin nombrarlo con el término lingüístico, al concepto de neologismo y establece una interesante comparación entre la literatura artística y la científica. Pero en la literatura, o, mejor dicho, en las literaturas, también el idioma encuentra unas formas de enriquecimiento que le dan vida y amplían sus horizontes. La literatura científica, por ejemplo, ha incorporado al idioma decenas de palabras del mundo de la informática en las dos últimas décadas. Mientras, la literatura artística, siempre ha tenido la capacidad de utilizar y validar lo que circula desde otros ámbitos sociales, en especial esa realidad en la que se hace la literatura, y la habilidad para lograr expresar incluso con palabras creadas por el artista las más diversas situaciones o sentimientos. En fin, que el idioma, la lengua, es un organismo vivo y, como tal, precisa de diversas fuentes de alimentación para sostenerse y crecer. Creo que como en mi literatura hay muchos personajes cubanos que hablan en ‘cubano’, pues si no un aporte –no aspiro a tanto– sí he trabajado en la conciencia de que allá afuera, entre mis contemporáneos de diferentes niveles educacionales y modos de ver y entender la vida, hay una riqueza lingüística sin la cual no es posible expresar esa habla ‘cubana’ (Ramírez 2018). Este crecimiento, esa riqueza lingüística, ese “hablar en cubano” a los que alude Padura es de suma importancia para reflejar la realidad cubana, puesto que, a través de su léxico, de sus frases, se denotan zonas objetivas específicas de la realidad cubana y, sobre todo, tales expresiones connotan matices de significación –usualmente de dimensión social y cultural– que tienen que ver directamente con nuestra idiosincrasia y con el modo en que esos personajes ven el mundo. Bastan las cinco primeras líneas de su novela Fiebre de Caballos (1988) para

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