Estudios en homenaje a Alfredo Matus Olivier. Volumen I

– 101 – Rubén Darío: el cuentista renovador de Azul ... • Jorge Eduardo Arellano en Suzette “el acabado y fiel retrato físico y espiritual de Rafaelita Contreras” 79 . Pero se equivoca: Suzette no era sensible al arte, como Rafaelita –escritora de cuentos modernistas–, ni esta una esposa víctima de los celos como aquella. Un amigo de ambos, acompañando un regalo, les escribe una carta desde Hong Kong el 18 de enero de 1888: el día del veintiún aniversario del autor. El regalo consistía en un fino busto de porcelana, un admirable busto de mujer sonriente, pálido y encantador que representaba a La emperatriz de la China , según las tres inscripciones de su base: en caracteres chinescos, en inglés y en francés. Recaredo construye en su taller un gabinete minúsculo, con biombos cubiertos de rosales y grullas para otorgar el sitio que merece “la emperatriz de la China”, a quien en un plato de laca yokohamanesa le ponía flores frescas todos los días . Por ella, Suzette sufre el mal de los celos, ahogador y quemante, como una serpiente encendida que aprieta el alma . Y al fin decide destruir el busto asiático que, en su deleitable e inmóvil majestad , conmovía a Recaredo. –¡Estoy vengada! –le dijo . ¡Ha muerto para ti la emperatriz de la China! Este cuento es el más orientalista de Darío. Las lujosas japonerías y chinerías ya estaban incorporadas como eficaz elemento decorativo en “El rey burgués” ( lacas de Kioto con incrustaciones de hojas y ramas de una flora monstruosa… ); en “La canción del oro” ( la blanca estatua, el bronce chino, el tibor cubierto de campos azules y de rosales tupidos… ) y en “Palomas blancas y garzas morenas” ( las bandadas de grullas de un parasol chino …). Pero ahora cumplen la función de ser indispensables para redondear al personaje de Recaredo: – No sé qué habría dado por hablar chino o japonés. Conocía los mejores álbumes; había leído buenos exotistas, adoraba a [Pierre] Loti y a Judith Gautier , y hacía sacrificios por adquirir trabajos legítimos de Yokohama, de Nagasaki, de Kioto o de Nankín o Pekín: los cuchillos como las pipas, las máscaras feas y monstruosas, como las caras de los sueños hípnicos, los mandarinitos enanos con panzas de cucurbitáceas y ojos circunflejos, los monstruos de grandes bocas de batracios, abiertas y dentadas, y diminutos soldados de Tartaria con faces foscas . Sin establecer una relación de causa y efecto, Mariano Baquero Goyanes relaciona este cuento con otros dos anteriores en francés e inglés, respectivamente: el trágico “La Vénus d’Ille” (1837) de Prosper Mérimée (1803-1870) y el melancólico “The last of the Valerii” (1874) de Henry James (1843-1916), de trama más aproximada al de Darío por su desenlace feliz, pero no de pleno happy end . Para el estudioso español, “La muerte de la emperatriz de la China” retoma y recrea el mito del escultor Pigmalión, enamorado de su más bella estatua: Galatea. De título atractivo, pero equívoco –porque pudiera hacer pensar, a primera vista, en un cuento trágico– prevalece en su desarrollo el aspecto erótico, la exaltación del amor juvenil de Suzette y Recaredo, turbado 79 Diego Manuel Sequeira: Rubén Darío criollo en El Salvador . León, Editorial Hospicio, 1965, p. 403.

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