Hacia una socioecología del bosque nativo en Chile

20 – hacia una socioecología del bosque nativo en Chile Ostrom (2007, 2009) se coloca en la doble perspectiva del antropocentris- mo y del reformismo con relación a las transformaciones brutales experimen- tadas por la biósfera durante la era que se ha dado en llamar Antropoceno, esto es, la época geológica en la que los seres humanos, a través de su dominio sobre los procesos biológicos, geológicos y químicos, han alterado la vida del planeta (Crutzen & Stoermer 2000). No invalida ello una argumentación según la cual, mientras las condiciones generales de operación del sistema político y económi- co no se modifiquen substantivamente, la necesidad de regular la relación con los bienes comunes se torna cada vez más urgente. Bajo condiciones determinadas por la economía extractivista, la propuesta de Ostrom y de la teoría de los sistemas socioecológicos en general permite ha- cerse parte de la bisagra que articula a los seres humanos con los ambientes de los que son parte y, por esa vía, identificar y regular los impactos diferenciales que la actividad económica y demás actividades humanas tienen en una deter- minada formación socioecológica. En esta perspectiva, al definir a la naturaleza como un repertorio de recursos, la solución se mantiene en un marco claramen- te antropocéntrico. Otra cosa distinta es salirse de los dominios ontológicos en los que opera esta lógica y abordar la relación de convivencia que pueblos como el mapuche establecen con los demás seres vivos. Es la invitación que se formula en el capítulo sobre la mawiza , concepto vital que se análoga al de bosque nati- vo pero, como bien señala Wladimir Riquelme, no se corresponde directamen- te con esta categoría occidental. La mawiza es un cuerpo verde que se despliega, como bien intuyera María Ester Grebe (1993: 57), bajo la protección del ngen- mawiza, espíritu “que habita dentro de un bosque ‘que no sea plantado’ por la mano del hombre”. La relación, en este caso, no es la que se da entre recursos y necesidades sino más bien es el trato intersubjetivo entre quienes habitan el territorio y los cuerpos vivos protegidos por seres espirituales. En este contexto donde conviene, por una parte, situar los esfuerzos que se describen en este libro y, por la otra, avanzar en los desafíos que cabe acometer. ¿De qué modo las prácticas locales favorecen o no la conservación y eventual expansión de bases ecológicas para la continuidad de la vida y la sustentabilidad y resiliencia de los entramados humanos y no humanos? (Folke et al . 2016, Gó- mez & Cadenas 2015, Ostrom 2009). Cabe en esta comprensión del fenómeno local la inclusión de dimensiones culturales cuyo tratamiento permite relevar procesos que son críticos para esta resiliencia (Stojanovic et al . 2016), como en el citado capítulo de Riquelme se advierte (Véase Capítulo 5). Las agriculturas campesinas, el arrieraje, la memoria colectiva y el entretejido que se da entre el bosque y las relaciones intergeneracionales, son algunas de las claves que este

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