Desafíos críticos para Latinoamérica y el Caribe
268 inmigrantes provenientes principalmente de países como Colombia, República Dominicana y Haití, son en su mayoría mujeres y afrodescendientes. A raíz de esto, se ha generado una gran estigmatización sobre estas mujeres, ya que muchas de ellas vienen al país a ejercer el comercio sexual, en particular las mujeres migrantes colombianas y domi- nicanas. Así como señala Pávez (2016), “las mujeres colombianas afrodescendientes son percibidas como “prostitutas”, movidas por el interés económico”, lo cual también conlleva como el mismo autor señala a una doble metonimia racial y sexual, “todas las negras son colombianas” y “todas las colombianas son prostitutas” (p. 28). El mercado de la prostitución no está dominado en su totalidad por mujeres migrantes y afrodes- cendientes, ellas dentro de este rubro son una minoría, pero el simple hecho de tener un tono de piel distinto y de ser consideradas mujeres más “libidinales”, que atraen sexualmente a los hombres, genera un rechazo por parte de sus compañeras, en particular las chilenas. De esta manera, se genera un fuerte estigma que, no sólo recae en las mujeres dentro de este rubro, sino que se extiende a todas las mujeres afrodescendientes que llegan al país, donde son juzgadas desde el primer momento como mujeres que vienen a “venderse”, a “quitar hombres” o incluso a “trasmitir enfermedades”. Por otro lado, gran parte de las mujeres haitianas que llegan al país, se desempeñan en trabajos de otra índole, principalmente de servicio, en locales de comida, como asesoras del hogar o en servicios de limpieza, pero, aun así, cargan con el estigma de que las “mujeres negras vienen a prostituirse”. Son juzgadas meramente por cómo se visten, como si la forma en que lo hacen fuera única y exclusivamente con el fin de atraer hombres. Bien queda expuesta esta situación en el siguiente fragmento de las en- trevistas realizadas por Reyes (2018). Acá es distinto en mi país, en Haití siempre hace mucho calor, acá hace frío y me enfermo cuando llegue... yo pensaba porque andan todos tan... tan abrigados, yo no me acostumbraba a eso cuando llegué, en mi país yo siempre anda con ropa chica, me gusta, pero aquí una vez una chilena me dice que me tapa porque mostraba mu- cho y los hombres me miraban solo pa’ eso, ahora yo anda con mas ropa pa’ que no me miren (T.B, 2017, p. 60). Inclusive, muchas de las mujeres haitianas que llegan al país, poseen una educación media completa y también muchas de ellas tienen títulos, principalmente de carreras técnicas. El problema es que entre Chile y Haití no existe hoy en día un convenio que les permita a ellas poder convalidar su título y ejercer su profesión en el país. Por tanto, se ven en la obligación de aceptar el trabajo que encuentren, aunque eso involucre en su mayoría bajos sueldos y tratos inhumanos. Cuando se habla de tratos inhumanos, estos no solo se rigen al aspecto laboral sino también a situa- ciones como vivienda, y servicios públicos, como la salud. Actualmente, ya es de conocimiento público las inhumanas situaciones de hacinamiento y salubridad en la viven miles de migrantes en Chile. Dicha situación, no es solamente porque ellos así lo deseen, sino también por los altos costos que implica arrendar un lugar para vivir en Chile, que por lo demás, cuando se trata de migrantes, los arrendatarios tienden a subir los valores de arriendo. Por lo que, en un mismo lugar terminan viviendo más de las personas recomendadas, ya que es la única forma en la que pueden acceder a un lugar para vivir. Otra de las entrevistadas por Reyes (2018) cuenta lo duro que es vivir en situaciones de este tipo. [...]Hay personas que viven, yo donde vivo la verdad, la verdad hay un ratón y las cosas que tu vive, yo donde vivía allá (en Haití) no hay ratón, entonces no puede dejar el pan afuera en la noche porque hay un ratón en la casa y uno habla con la dueña de la casa y ella habla tanta cosa y no hace na’... imagínate tu estas entrando a tu casa y hay ratón, eso no es vida, eso es un animal peligroso [...] yo vivo con dos personas y pagó 120.000 pesos la pieza. (I.C, 2017, p. 53). En cuanto a los servicios de salud, la violencia hacia mujeres afrodescendientes es evidente, en especial
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