Desafíos críticos para Latinoamérica y el Caribe
108 Todo lo anterior, en un contexto globalizado, trae consigo lógicas particulares de gestión de las pobla- ciones migrantes vulnerables. Y es que cuando hablamos de los refugiados venezolanos, no estamos hablando del ideal económico del extranjero que enriquece con un considerable músculo de capital al país destinatario, sino de personas que se vieron obligadas a salir de su país por una crisis política, eco- nómica, social y de derechos humanos que les obligó a llevar una vida precaria. Esa diferencia es fun- damental, pues, como bien lo señala Villalobos & Ramírez (2019), un signo característico de la globali- zación neoliberal es la multiplicación de técnicas de control e inmovilización de “población sobrante”, en donde las fronteras emergen como complejos dispositivos de seguridad cuyo objetivo es garantizar el movimiento fluido de recursos naturales, mercancías, capitales y ciudadanos de primera, y funcionar como grandes zonas de no-derecho para millones de personas forzadas a desplazarse. Dichos espacios, obedeciendo a la lógica recién explicada, pueden actuar sobre el sujeto migratorio desde una coerción física que se sale de los marcos normativos para erradicar, estigmatizar y/o violentar a dicha persona. Y es que el migrante venezolano que busca refugio puede ser fácilmente definido como amenaza, la cual debe de erradicarse mediante la política o el poder de la muerte. El concepto de necropolítica es traído por el filósofo camerunés Mbembe (2011), el cual explica que la expresión última de la soberanía en la actualidad se constituye en la capacidad de poder decidir quién puede vivir y quién debe morir. La vida se vuelve el escenario de despliegue de poder por el proyecto político. Aquí se genera un ordenamiento discriminatorio de control de la especie humana en grupos: la población que es percibida como amenaza y el “Pueblo”. La necropolítica utiliza las nociones de política de la muerte y de poder de la muerte como medios que tienen el objetivo de una destrucción máxima de las personas. Según Mbembe, esto se traduce en la creación de “mundos de muerte” para, en este caso, los migrantes venezolanos. Dichas áreas son formas únicas de existencia social en las que las personas se ven sometidas a condiciones de existencia que les confieren el estatus de muertos-vivientes. Lo anterior, para los migrantes, es fácilmente plasma- do en la inasistencia de garantía de derechos humanos, la dificultad en el acceso al servicio de salud, la falta de ayuda estatal que necesita esta población para entrar al mercado laboral, la incertidumbre o demora de los debidos procesos burocráticos para el reconocimiento y entrega de papeles necesarios para que no se transformen en una población ilegal. En el contexto capitalista, lo anterior alude a la cosificación del ser humano propia del neoliberalismo. La necropolítica, como forma de contra-biopoder, está ligada al necrocapitalismo, el cual tiene como fin absoluto la acumulación del capital y el ordenamiento de la población para dicho propósito. Aquí, el cuerpo se transforma en una mercancía que siempre es susceptible de ser desechada. Las personas son reducidas a lógicas de producción fácilmente sustituibles (Falomir, 2011), haciendo que en el caso de los migrantes en busca de refugio, su inclusión en el mercado laboral sea contingente y siempre insegura.
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