Depósito de materiales: (LapSoS 2012-2016)
70 / LAPSOS _ depósito de materiales 2012–2016 En otra novela del Chile decimonónico, es el médico- narrador quien se convierte en fotógrafo y traductor de la histeria de su paciente. En 1875 se publica El diario de una loca, de José Victorino Lastarria. Pepa, la loca, escribe —reclutada en un manicomio de Río de Janeiro, espacio doblemente heterotópico—, a ins- tancias del médico, su diario de vida, consistente en la narración de los sucesos que la llevaron a la locu- ra. Tratada con una especie de psicoanálisis avant la lettre , el médico cree en los efectos terapéuticos de la escritura: una vez que la loca logre recrear por medio y en el medio de la escritura el momento que le robó la razón—el suceso traumático responsable de gatillar su locura—, será posible su sanación. La etiología de su locura es sorprendentemente parecida a la del per- sonaje de Rosa descrito por Blest Gana: un amor, cuyo fracaso refleja una imposibilidad de reconciliación política, determina los trágicos sucesos que conllevan muerte y locura. También Pepa se ve obligada a ver el asesinato de su amado Fructuoso, quien es acribillado frente a su atónita mirada, última sujeción a la razón. En los años treinta del siglo XIX, Fructuoso es un militar que apoya a la Gran Confederación Peru-Bo- liviana, cuando en el Perú se enfrentaban sus tropas a las filas peruanas contrarias al proyecto de Santa Cruz, al que el Gobierno de Chile luego decidiría combatir también. Tras volver Fructuoso derrotado de la Batalla de Yungay, la pareja es forzada a separarse. Pepa, si bien recompone formalmente su vida casándose, nunca se recuperará de la pérdida de su amado. Al ver su cuerpo desfallecer, se vuelve loca. Especularmente, la pérdida de la razón es provocada por la visión del cuerpo heri- do de su amado. Lo que se pretende asesinar es la causa política de Fructuoso; su cuerpo es sólo la superficie visible y palpable del corpus de ideas que encarna. Esta idealización—en el sentido de conversión en ideas, de desencarnar—del cuerpo de Fructuoso, se refleja aho- ra en el cuerpo de Pepa, que responde sintomatológi- camente, reencarnando lo ideológico en lo corporal. Se produce un vaivén entre lo simbólico y lo real, entre idea y cuerpo, entre corpus ideológico y carne. La locura de Pepa es relatada por ella misma en su diario. Si bien la narración que hace del transcurso de su vida es lo suficientemente coherente y cohesiona- do para ser comprendida —revelándose una vuelta al orden simbólico—, su texto evidencia interrupciones producidas por los malestares que sobrevienen a Pepa, quien debe abandonar su narración para ser asistida por las hermanas que trabajan en el manicomio, don- de sufre desmayos, exaltaciones, ataques de melancolía y llantos. No será ella quien logre finalizar el relato de su vida, dado que al momento de narrar su presencia en la matanza de Fructuoso entra al delirio, sin poder seguir relatando. Risa y llanto se suceden, su cuerpo se convulsiona y el médico debe tranquilizarla. El último apartado del texto lo relata la voz del médico, quien da cuenta del delirio final de Pepa y del advenimiento de su muerte: “Me fue imposible contenerla. Su narra- ción nerviosa, intermitente, violenta, no me daba lu- gar. La impresión misma que me causaba, me impedia dominar el caso: la sensibilidad triunfaba de la ciencia”. El texto es simultáneamente encuadre y síntoma de la histeria de la loca. La estructura de la narración mues- tra una serie de rasgos que recuerdan a la histeria que Freud intentaba delimitar: se trata de un relato insta- do por la voz autorizada de un médico; la narración expone interrupciones, vacíos, misterios no resueltos y secretos, oscuridades que no se iluminan a través de la escritura, así como imprecisiones y vaguedades con relación a aseveraciones y datos. Para Freud, la incapa- cidad del enfermo de generar una representación orde- nada y estructurada de la historia vital, cuando esta se muestra coincidente con la historia patológica, es una característica típica de la neurosis. El tratamiento de la histeria consiste precisamente en impulsar a la enfer- ma a contar su historia, para ir eliminando los vacíos y huecos que el relato muestra en primera instancia, sus- tituyéndose de este modo los síntomas por recuerdos conscientes. El fin, como finalidad y final de la terapia, es la narración coherente de la historia patológica, que así se ve posibilitada a convertirse en historia de vida. Locura y malestar: his la literatura chilena Andrea Kottow
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