Depósito de materiales: (LapSoS 2012-2016)

62 / LAPSOS _ depósito de materiales 2012–2016 Inventar un pueblo que falta Roberto Aceituno Podrá parecer extraño que esta comunicación, sobre las subjetividades contempo- ráneas y sobre las modalidades actuales del lazo social, sea introducida mediante una referencia a la literatura. Se debería decir que lo hacemos porque la literatura nos permite pensar mejor el asunto, particularmente cuando se trata de abordar cuestiones ligadas a problemas que requieren – diremos– un nuevo esfuerzo de traducción y de metaforización. De hecho, la referencia a la literatura –lo sabemos– ha estado muy presente en los psicoanalistas que han intentado –y, a veces, han logrado– crear, inventar nuevos conceptos para pensar lo real de nuestra práctica y, sobre todo, lo que se resiste a ser elaborado subjetivamente. Si el psicoanálisis implica un trabajo con el espacio fantasmático que da cuenta de nuestra relación a lo real; espacio fantasmático que, desde Lacan, tendría una estructura de ficción y que, de acuerdo Freud (precisamente, cuando se refiere al quehacer literario), “rodea las cosas últimas”; entonces, psicoanálisis y literatura mantendrían un estrecho parentesco. Se trata de un espacio de ficción –narrativo en cierto modo–, el cual es, evidentemente, necesario construir, pero que además, y sobre todo, es necesario recorrer. Y esto resulta pertinente no sólo para pensar dicho espacio en pacientes y analistas, sino que también para todo sujeto. Por ello solemos decir, tanto en relación a la literatura como respecto al psicoanálisis –y debemos agregar aquí un tercer oficio, aquel de la traducción–, que todos somos escritores, traductores –pues todos hablamos más de una lengua– o, incluso, psi- coanalistas, siendo ese patrimonio común lo que nos permite vivir y compartir un trabajo de pensamiento y de cultura. El conjunto de estos oficios y espacios suponen un recorrido o, para decirlo de otro modo, un viaje, aun cuando se trate del viaje más largo de todos, a saber, el viaje hacia nosotros mismos. En esta (nuestra) forma de ver, la condición de todo análisis –para que éste “tenga lugar”– es la mantención de este espíritu viajero, ahí donde importa menos el turismo de los grandes monumentos que el paseo por las calles de la vida. Viaje que es búsqueda, es decir, travesía que se orienta hacia un futuro animado –parafraseando a Freud– por “la cuerda del deseo”. Pero también viaje que, en esa misma búsqueda, es un viaje y un recorrido hacia un tiempo perdido o, incluso, hacia un tiempo que, más difícil de pensar, aún habiendo ocurrido –como escribía Winnicott– “no ha tenido lugar”. La paradoja sería, entonces, que inten- tando encontrar aquel tiempo, en el límite se crea otro tiempo, “por primera vez”.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=