Depósito de materiales: (LapSoS 2012-2016)

56 / LAPSOS _ depósito de materiales 2012–2016 Elemento constitutivo de la experiencia moderna, el malestar ha sido, desde al menos seis siglos, un obje- to recurrente para la reflexión filosófica, la práctica artística, la interrogación política y el análisis social. Sin embargo, la problemática del malestar conoció un giro particularmente fecundo en el pensamiento y en la acción de la generación europea de entreguerras. De la vanguardia rusa al surrealismo y del expresionismo al Dadá, pero tambien de Musil a Valéry y de Gram- sci a Kracauer, nos encontramos con una sensibilidad que, convulsionada en virtud de una crisis de la subje- tividad sin precedentes, se interrogó por el malestar a partir de los anclajes del sujeto en la sociedad. En este contexto, el señero estudio de Freud ( Das Unbehagen in der Kultur ) tiene un lugar privilegiado. Cifrando el “destino del malestar” en función de la tensión entre pulsión y superyó, Freud resitúa la cues- tión del desasosiego en torno a la constitución misma de la subjetividad en su articulación con la cultura. Na- cido de la dolorosa renuncia que se impone siempre-ya al sujeto, el malestar implicará una transacción inter- minable que, encauzándose en los ámbitos de acción permitidos y reconocidos por la civilización, sólo po- drá ser parcialmente mitigada mediante la elaboración permanente tanto de aquella misma renuncia como de la renuncia misma. Para Freud, el malestar constituye al sujeto en tanto que éste está sujeto a su renuncia, determinando que, parafraseando a Simmel, la reali- zación de un determinado valor dependerá del des- centramiento de otro cierto valor que, desde entonces, demandará sufrimiento para su realización. Dicho de otro modo, el malestar concierne a una mo- dalidad de lo residual, implicando un resto inasimila- ble al proceso de socialización que, al mismo tiempo, pone en marcha toda socialización posible. En con- secuencia, la producción cultural puede entenderse como una constante labor de transformación de este residuo inadmisible. En dicho trabajo de la cultura, Freud reconoció a la producción artística como una vía privilegiada para tramitar aquello que la misma vida social genera como remanente doloroso, instalan- do así los límites de la cultura en el centro de la cultura misma. Basta recordar el frecuente recurso del propio Freud a los artistas y poetas para mostrar aquello que la racionalidad médica era incapaz de ver o de enun- ciar, a saber, la eficacia del pensamiento inconsciente. Consistentemente, las artes pueden ser pensadas tal y como Adorno lo ha sugerido, es decir, como la antíte- sis social de la sociedad. Sin embargo, una experiencia como aquella de la in- quietante extrañeza ( Unheimlich ), central para las vanguardias contemporáneas, en modo alguno puede ser soslayada mediante la pretensión (ingenua y to- talizante) que situaría al arte como pura elaboración del malestar. A la luz de los proyectos estéticos de los últimos dos siglos, resulta necesaria una interrogación más amplia en la lectura de la articulación entre las artes y el malestar. Lejos de una simple reducción de la producción artística frente al malestar, parece imprescindi- ble cuestionarse por el malestar con las artes (la incidencia social y/o subjetiva del trabajo de las vanguardias), por el malestar en las artes (la reinvención constante del metarelato artístico) y por el malestar de las artes (el lugar de lo real –o, incluso, de lo traumático– en variadas prácticas artísticas). A partir del mismo Freud, pero sobre todo en función de los capitales aportes de Benjamin (arqueólogo cultural del spleen baudelaireano y agudo observador de la mudez del soldado frente al horror de la guerra) y de Adorno (pensador del arte como parataxis, es decir, como residualidad inasimilable por la lógica del dominio), la cuestión del malestar ha experimentado un desplazamiento de hondas conse- cuencias. Arrancado a la simple tópica de la “tonalidad anímica personal”, el ma- lestar habrá de ser situado, en lo sucesivo, sobre el horizonte de un principio gene- ral (de una “economía libidinal”). Desde entonces, el malestar ha pasado a formar parte esencial del problema de la producción de la subjetividad bajo la extensión y los nuevos desarrollos del capitalismo, determinando que, cada cierto tiempo, se renueve de manera incesante la pregunta por las condiciones “actuales” —y, por lo tanto, históricas— del malestar en la cultura. En consecuencia, cobra particular relevancia la pregunta por las formas de mitiga- ción, de administración y/o de inscripción del malestar en el marco sociopolítico y cultural que, en las décadas recientes, se ha expresado en una acusada tendencia a la imposición global del neoliberalismo. En la actualidad, las condiciones históricas del malestar quedan en evidencia en razón de las transformaciones producidas en distintos niveles de la realidad social y cultural, definiendo modos de subjetividad acordes a tales transformaciones. En este sentido, la contemporánea gestión biopo- lítica, en su afirmación de la nuda vita y del bienestar individual, puede entenderse al modo de un síntoma o, incluso, como una formación reactiva respecto del males- tar que imperativamente se pretende excluir de la experiencia a como dé lugar y sin ningún residuos. Bajo el proyecto gubernamental contemporáneo, el recurso a una estética de la felicidad parece ser el reverso ideológico de una experiencia cotidiana en la cual el malestar cobra formas e intensidades inéditas y críticas. De este modo, en el panorama de la actual gubernamentalidad, la dimensión estética parece tener una importancia equiparable a aquella que, en su momento, la teoría crítica pudo agudamente discernir en relación con la estética del fascismo. Introducción de la pregunta por las artes del desasosiego Esteban Radiszcz, Danilo Sanhueza, Rodrigo Zúñiga

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