Depósito de materiales: (LapSoS 2012-2016)
42 / LAPSOS _ depósito de materiales 2012–2016 la educación. Por otra parte, a nivel mundial tenemos – además de los levantamien- tos en los países asiáticos – el movimiento autodenominado como “indignados”, que marcha por las principales ciudades de los países ricos, que se tomaron el puen- te de Brooklyn y, luego, acamparon en Wall Street, protestando contra este sistema financiero global que parece ser el Leviatán del siglo xxi. Vale la pena recordar que San Agustín decía que la indignación era la hija de una de las virtudes más queridas por el cristianismo, la esperanza, y que además tenía un hermano: el coraje… Los estudiantes chilenos se han definido a sí mismos como la generación sin miedo. Sin miedo ¿a qué?, podríamos preguntarnos. Es interesante también que los dirigentes estudiantiles hayan dicho que su movimiento representaba el fin de la transición. ¿Qué quieren decir? Que por primera vez se cuestionan, en serio y desde la raíz, las políticas económicas y fiscales que alguna vez se promovieron como el Consenso de Washington. A decir verdad, aquel documento es recién de fines de los ‘80, y la Dictadura chilena se había adelantado en más de una década a las orientaciones del fmi, del bid, del bm y de la Reserva Federal de Estados Unidos. Ahora, con la llegada de la democracia, esas orientaciones se siguieron bastante al pie de la letra, lo que en la práctica significó no hacer nada radicalmente distinto a lo que se había diseñado durante la Dictadura. ¿Cómo se dio eso en materia de salud? No es claro por qué. Si fue porque había mucho temor de hacerlo mal en materia económica, o porque los préstamos venían con la ideología incluida, o si realmente había una cantidad importante de dirigentes que estaban de acuerdo con el Con- senso de Washington. Pero en los hechos, la Concertación fue la mejor alumna de los organismos internacionales en materia de políticas públicas. Éramos el orgullo de Latinoamérica y el ejemplo a seguir… hasta este año. En ese marco se hicieron las reformas que se hicieron, incluyendo la reforma de salud, y en ese marco hubo, también, reformas que no se hicieron. Lo que se conoce como la “Reforma de Salud” en Chile comienza el año 2000, cuando el presidente Ricardo Lagos crea una comisión de estudios para proponer una transformación del sistema de salud, desde la cual surgen cinco proyectos de ley que se presentan al Congreso Nacional el 2002. En resumen, se propone: (a) una reforma a la estructura del Ministerio de Salud; (b) una modificación al sistema de Isapres (que es, incluso, mucho más tímida de lo que propuso la comisión asesora presidencial del 2011); (c) un sistema de atención garantizada para determinadas patologías (el auge, luego llamado ges, porque se elimina de la sigla la palabra “universal”), que es lo más difundido de la reforma; (d) una alza de impuestos para financiar el ges; y (e) una ley sobre derechos y deberes del paciente, que luego de una larga (larguísima) tramitación en el Congreso, re- cién fue aprobada el año 2012. Sería largo entrar en el detalle de cada uno de estos cuerpos legales. Pero hay dos elementos contenidos en la Reforma en los que vale la pena detenerse. Primero, que el rediseño del sistema de salud tiene como ante- cedente directo los llamados Objetivos Sanitarios para la década; es decir, explícitamente la atención en salud no se organiza en torno a la demanda, sino en torno a las prioridades del Estado. Probablemente eso sea lo más socialista de la Reforma. A este respecto, vale la pena volver a leer la conferencia que da Jacques Lacan en febrero de 1966 en el College de Médicine en la Sal- pêtrière (que le costó algunos reclamos entre los cole- gas), y que fue publicada más tarde como “Psicoanáli- sis y medicina”. En dicha conferencia, Lacan hace una crítica a la biomedicina y al deslizamiento que la salud pública produce en la posición del médico, e insiste en la necesidad de no perder como referencia la demanda del enfermo. Está bien que en la salud pública se den objetivos. Todas las políticas públicas lo hacen. Pero, ¿hasta dónde el acto terapéutico se puede sostener en algo distinto a una demanda de aquel que sufre? Esa es la cuestión. A pesar de que Foucault muestra, con bas- tante contundencia, la continuidad entre el nacimien- to de la salud pública y la medicina contemporánea, existe una antigua desconfianza de parte de la salud pública hacia la clínica y los clínicos. Además de una dañina desconexión entre los clínicos y los salubristas, existe una oposición solapada bastante absurda y que empobrece a ambos. Son dos cuestiones distintas, sin duda, y tienen que seguir siéndolo. Sin embargo, ya no es posible practicar una clínica que desconozca el dis- curso sanitario, así como no es provechosa una política de salud que no haga de la clínica cotidiana sus ojos y sus oídos.
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