Depósito de materiales: (LapSoS 2012-2016)

Deuda / 35 Libro Malestar y destinos del malestar. Políticas de la desdicha. Volumen I ¿Freud sin malestar? Pierre-Henri Castel A riesgo de desafinar en un concierto de elogios, me propongo formular acerca de El malestar en la cultura reservas importantes. Mis objeciones no serán directa- mente de orden político ni puramente psicoanalíticas, sino que, en primer lugar, serán conceptuales y filosóficas. De hecho, sostengo que El malestar, en sus lecturas habituales, se extravía en la comprensión de los hechos sociales (psicosociológicos), tal como ocurre también, mutatis mutandis, con Tótem y tabú respecto a la etno- logía. Simplemente, si hoy nadie está tratando de construir una etnología científica compatible, ni remotamente, con el mito fundacional de Tótem y tabú, muchísi- ma gente, especialmente en Francia, supone que El malestar continúa, como tal, proporcionando un cuadro adecuado de interpretación para los hechos sociales —siendo, incluso, un recurso plausible a partir del cual intervenir, en nombre del psicoanálisis, sobre el campo político y social. Pero si hablo aquí de objeciones de naturaleza conceptual o filosófica, ello es por- que si el biologicismo de las pulsiones, tan característico de los textos freudianos de los años ’20, aparece en nuestros días generalmente considerado como un extravío necesario de rectificar; nadie se preocupa, no obstante, de rastrear la fuente epis- temológica de dicho biologicismo, siendo que se trata de la misma epistemología que se encuentra a la base de la construcción psico-socio-política de El malestar en la cultura. Me refiero a la posición individualista (en el preciso sentido del “indivi- dualismo metodológico”) que Freud adopta en su lectura de los hechos sociales —y que, por lo demás, adopta sobrepasando las normas establecidas por su casi-con- temporáneo MaxWeber para el individualismo en sociología. Este individualismo, metodológico entonces, antes de ser una cierta visión social (también cultural y política), a su vez se complica en función de su fuerte sesgo naturalista. Sin embargo, mi propósito no es criticar directamente al psicoanálisis, cuyos re- cursos Freud explota en El malestar con desarrollos –tan difíciles como célebres– acerca del superyó y de la pulsión de muerte; sino cues- tionar un asunto muy distinto, a saber, la filosofía del psicoanálisis que Freud aquí construye, sin calcular, en mi opinión, la torsión que esta filosofía –tan invisi- ble, incluso, a la crítica– impone. Torsión cuyo efecto resulta, de manera brillante, revelando por la explo- ración que, dos décadas más tardes, Wilfred R. Bion emprendió sobre los “grupos”, donde su evaluación negativa lo llevó a replantearse, con audacia, la teo- rización freudiana sobre lo psicosocial. Ya que Bion, un digno kleiniano, aceptó sin reservas el concepto de pulsión de muerte: no le servía criticarlo, a diferencia de la “izquierda freudiana” que, reuniendo tanto al muy ortodoxo Fenichel como a los disidentes Reich, Gross y Fromm, tuvo como marca registrada rechazar dicho concepto, así como el contenido reaccionario de El malestar de la cultura. Muy por el contrario, Bion juzgó que las rectificaciones por él aportadas enrique- cían el proyecto freudiano originario de la “psicología de las masas”. Resulta tan complejo justificar en detalle la crítica que aquí formulo a la filosofía espontánea de Freud, que sólo podré indicar su intención. En tal sentido, me li- mitaré a enumerar los puntos claves que he tomado en consideración para mi lectura de El malestar, a través de los cuales debería, en mi opinión, encaminarse una demostración más precisa. En primer lugar, no basta (porque está en la raíz de todo) criticar el biologicismo de Freud respecto de las pulsiones, el cual aparece en todas partes. Es necesa- rio volver a su postulado metodológico, es decir, a la idea de que los conjuntos sociales (parejas, familias, grupos diversos e, incluso, grandes conjuntos de la ci- vilización, las “culturas”, etc.) resultan de la interacción entre organismos individuales atravesados por el con- flicto de las pulsiones de vida y de muerte. El centro neurálgico de esta concepción naturalista e individualista de lo social se encuentra en la noción que, sobre el niño, es promovida en El malestar. Este niño, vigoroso y agresivo, es el agente del asesinato del padre y del incesto con la madre. Se trata de un ser que, existiendo desde el origen del individuo y, por lo tanto, de la humanidad, concentra la naturaleza pre- social que está en juego en toda vida social y que lo seguirá estando inevitablemente, inclusive en la vida de la cultura/civilización más elevada. Este motivo es directamente hobbesiano e implica que la ley (la ley de la cultura, pero también la ley civilizatoria y/o hu- manizante) permanece en una relativa exterioridad y contingencia respecto del organismo pulsional inicial, tanto en lo referido a sus apetitos como a lo implicado en su condición mortal. Edición de Capítulos

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=