Depósito de materiales: (LapSoS 2012-2016)

Calle / 17 Entre erradicación y sueño Danilo Sanhueza Son miles las personas que surcan estos recorridos en el transporte público de Santiago cada mañana para llegar a sus trabajos, atravesando la ciudad de un extre- mo a otro, muchas veces durante horas, en un trazado que desandan en dirección opuesta por la noche, de vuelta al hogar. Aunque si entendemos el recorrido como la experiencia de un sujeto, y no como la línea dibujada sobre el plano de una ciudad, nunca se trata exactamente del mismo camino. Habrá que interrogar entonces lo que ocurre en esa experiencia del desplazamiento, pero quizás primero, detenerse, porque hay algo ahí que por estar tan cerca, o por estar siempre en movimiento, es difícil aprehen- der. Quizás se olvida demasiado rápido, en cuanto se arriba al destino, o incluso antes, en el aislamiento ab- sorto que evacua la conciencia del lugar como el único modo de estar ahí, en ese ensimismamiento que, como decía Simmel, es el núcleo paradójico de la socializa- ción en las ciudades: la incómoda relación entre la in- dividualidad y la vida colectiva, más aguda acá que en ningún otro lugar, es lo que dispone a los sujetos en el espacio profundamente solitario y abigarrado de las ciudades. Rápidamente podemos hacer de la indiferencia y la repulsión mutua que los pasajeros despliegan entre sí, de su aislamiento colectivo, un objeto de crítica desde una nostalgia conservadora que añora una supuesta forma de comunidad o de encuentro que en realidad nunca fue. El aislamiento en la micro o en el metro no deja de ser una forma de vida social, necesaria para sortear la proximidad corporal del otro en el espacio urbano. Aunque la mayor parte del tiempo se está en esos lugares con los otros, pero sin mirarlos, sin hablar con ellos, esto no quiere decir que sea un espacio que se reste de lo social, sólo que las reglas que regulan esos intercambios invisibles son más sutiles que los del en- cuentro abierto, posibilidad que en todo caso nunca está del todo clausurada. (…) La segregación que hoy atraviesa nuestra ciudad, es en parte el producto de las políticas de higiene social implementadas desde fines de los años 50’, e intensifi- cadas durante el periodo de la dictadura militar; aun- que habría que decir que mucho antes, en la ciudad de Vicuña Mackenna, ya nos encontramos con medidas inmunitarias de un orden similar, en la constitución ordenada de un centro cívico por medio de la imple- mentación de políticas de exclusión de la marginalidad urbana en el centro de Santiago. Hay algo de las erra- dicaciones de la dictadura que recrea de algún modo ese movimiento higienista, aunque también comprendemos que las coordenadas geográficas y políticas son distintas en cada caso. Entre 1976 y 1987 miles de familias de pobladores fueron desplazadas forzosamen- te desde las comunas altas de la ciudad, desde lugares como Las Condes, La Reina o Vitacura, hacia conurbaciones periféricas como San Bernardo y Puente Alto, o hacia comunas creadas por la dictadura por el DFL 3260 de 1981, como Lo Espejo o Pedro Aguirre Cerda. Estas nuevas comunas, carentes de un centro cívico o de fuentes de trabajo, terminaron siendo principalmente comunas-dormitorio, que en el trazado de la ciudad funcionan como verdaderos contenedores de pobreza, el negativo marginal que hace posible la pulcritud social del barrio alto. Esas erradicaciones de campamentos y tomas fueron realizadas bajo la promesa de la casa propia, sólida y digna. Los desplazamientos se llevaron a cabo en camiones cargados de pobladores y sus pertenencias, custodiados por militares. Hoy, lo que fueron esos trayectos de expropiación, destierros forzados, quizás asi- milados en algún punto entre la ilusión, la resignación y la impotencia, vuelven a ser repetidos, día a día, pero en sentido circular. Hoy las comunas del barrio alto, cada vez más alto en la cota geográfica y también en su resonancia simbólica, son el segundo destino más frecuente en los viajes realizados todas las mañanas desde el sur y el poniente en el Transantiago. Miles de personas recorren las mismas calles a los que se vieron forzados quienes pueden haber sido sus propios padres o abuelos. Hoy, bajo la promesa de un mejor vivir ofrecido por el trabajo en los servicios co- merciales, domésticos y en las construcciones que abundan en el barrio alto, vuel- ven a unirse en la experiencia cotidiana de un sujeto aquellos puntos geográficos abismalmente separados por muros invisibles, que sólo la micro o el metro cargado de la mano de obra barata y necesaria parece poder atravesar. Cruel ironía de la ciudad. El malestar del calvario cotidiano aparece en los mismos trayectos olvidados del destierro y la expropiación, en las mismas calles que fueron y siguen siendo atravesadas por la segregación. (…)

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