Depósito de materiales: (LapSoS 2012-2016)

Cuerpo / 127 El actual clima de desconfianza que caracteriza las rela- ciones interpersonales y sociales, así como las políticas, terminan por contaminar a la democracia. Y haré refe- rencia a tres fenómenos de los que tenemos que hacer- nos cargo. Primera afirmación. La desconfianza hacia la política tiene fundamento en prácticas inconsistentes con el discurso público. Es probable que la desconfianza hacia las instituciones políticas y a sus actores sea el fruto de un premeditado discurso de descrédito que hemos heredado de la dic- tadura en un intento de ocultar intereses corporativos en un escenario de despolitización, pero lo que es in- negable es que las propias prácticas políticas han con- tribuido a ello y son responsables de una comprensible desconfianza ciudadana. Las prácticas que regulan las formas de participar y decidir, de inclusión y promoción en las actividades políticas, son muy distintas de aquellas que los parti- dos, las instituciones y sus dirigentes pregonan para la sociedad. Aquellas prácticas que los partidos procla- man como exigibles para una sociedad democrática, fundada en derechos y basada en relaciones más justas y solidarias, aparecen desmentidas en el ejercicio de la política. No estamos hablando de actos de corrupción o incluso delictivos, pues ellos son punibles. Me refiero a aque- llas prácticas que dan forma a cómo transcurre la vida política, a sus rutinas, puesto que sus lógicas y procedi- mientos aparecen distantes de lo que se plantea como deseable para el país. Si es una evidencia que las malas prácticas contaminan la confiabilidad en la política, la pregunta que cabe, es ¿por qué estas prácticas se toleran? Es más, la respuesta inmediata podría ser muy simple, desterrar de la polí- tica a los que ejercen estas prácticas y abrirle la puerta a personas ejemplares. Pero, me temo que es una res- puesta simplista y nos lleva a otra constatación de la realidad. Segunda afirmación. Los males de la política no lo son por una perversión de quienes la ejercen, sino que en la política se expresan los mismos males de la sociedad que la política dice y quiere combatir. Las prácticas del poder político son el reflejo de la for- ma en que se ejerce el poder en la sociedad. Por ello, el solo cambio de reglas de la política es insuficiente si no se cambian las reglas del poder en nuestra sociedad. Por eso es que terminar con las prácticas políticas abu- sivas no puede resultar del cambio de liderazgos, o no solamente eso, puesto que el problema es que, por una parte, hay poca ciudadanía en la política y, de otra, por- que está inconclusa la tarea de reducir las brechas de desigualdad que marcan a la sociedad chilena en todas sus dimensiones, no solo de ingresos. Y surge entonces la pregunta de por qué esta agenda ciudadana por la igualdad ha tenido tan poco eco en la política. Lo que nos lleva a nuestra siguiente cons- tatación. Tercera afirmación. Los liderazgos son el resultado de biografías, de su historia y responden a la realidad de sus tiempos, por eso el recambio generacional es una exigencia de cambio social. El insistente llamado al recambio generacional tiene motivos evidentes: el cansancio ante las mismas caras y, a través de ellas, de las mismas prácticas. Y los mismos rostros suelen pertenecer, además, a rangos mayores de edad por la escasa rotación de liderazgos y la reelección permanente de los mismos dirigentes. Pero si esa es la razón manifiesta, no es esa la razón más poderosa. Porque la más importante motivación para generar el recambio generacional tiene que ver con introducir en la lógica política la biografía diferente que puede apor- tar la generación enteramente socializada en democra- cia. El gran quiebre generacional, en primer lugar, está en- tre esta nueva generación capaz de vivir el conflicto sin miedos, sin creer que eso triza a la sociedad y amenaza la democracia, de aquéllos en los que prima la evitación de conflictos y la búsqueda de acuerdos sin zanjar di- ferencias, explicable por biografías en que, conflicto, destrucción de la democracia y muerte, han sido parte de su experiencia vital. El otro quiebre generacional que importa es el que se- para a la nueva generación -que yo denomino “de la inclusión social desigual“, propia del proceso reciente de cambios en la sociedad chilena y que han desnatu- ralizado las desigualdades existentes desnudando los factores que las producen y reproducen- de aquella otra generación que ha sido parte de una sociedad en que la desigualdad está naturalizada y es parte de lo que se considera un escenario natural e indiscutible. A pesar de esta necesidad de oxigenación de la política para efectos de promover transformaciones en Chile, el recambio generacional es resistido por quienes deten- tan el poder y no quieren cederlo, mientras las nuevas generaciones miran con sospecha la política partidaria y a las instituciones políticas, negándose a ingresar a esos espacios. Esto representa una de las mayores difi- cultades para avanzar en mejorar la calidad de la demo- cracia.

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