Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas

84 – Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas múltiple voz para una misma lengua; y acaso en el límite, así como cada grupo habla la lengua con su propia voz, acaso también cada sujeto incluso respecto a la voz de sus grupos, cuando logra hablar, como decía Lacan, en palabra propia), la posibili- dad de un encuentro en la distante cercanía de dos que hablando la misma lengua, lo hacen con dos voces distintas. Fantasea uno con que encuentra allí algo de la subje- tividad profunda del otro, como ha de suponerse ocurriría como la nuestra o propia. Por eso acaso no haya gesto más amistoso que el apropiarse, por el nativo o por el inmigrante, de aquella sonoridad ajena, pero compatible. Cuando aquello ocurre, el inmigrante se siente integrado, y el nativo se siente acompañado. Es un encuentro en la horizontalidad de la diferencia. Experiencia mayor de un aprendizaje del otro y del nosotros. Pero a veces aquello viene negado de antemano, y antes de la experiencia de sen- tir la voz del otro, se antepone el odio o el rechazo. Cuando así ocurre, la subjetivi- dad se cierra a este placer, y se entrega al goce de marcar la diferencia como jerarquía y guerra. Si en el primer caso, el sujeto, ambos dos, como se dice, se dualizan, en el segundo caso, se reafirma la unidad integrada y absoluta de la subjetividad modélica o grupal. El primero es un acceso a la comunicación simbólica, como decía Baudri- llard. El segundo, al viejo signo del otro malo. Y es que los sonidos se toman las calles, los domicilios y salen desde las habita- ciones inundando los espacios comunes. La sonoridad también es territorio, otra forma de habitar de instalarse en el caminar. Nomadismo por ser migrantes, y no- madismo por estar en movimiento en los nuevos lugares. El sonido es presencia sin imagen, pero que igualmente conlleva imaginarios: migrantes bulliciosos, migrantes y sus músicas diferentes. Los medios de comunicación subrayan la sonoridad mi- grante en sus rasgos exóticos y disruptivos, marcando con fuerza la ajenidad que o bien se consume o bien se repele; instalando así estas nuevas circunstancias acústicas de nuestras ciudades, lo que dificulta la acogida y valoración de lo otro. Al mirar en general el acercamiento de los chilenos hacia los migrantes nos en- contramos con que se nos atraviesa una especie de voluntad y opción nacional que asocia el ser chileno con una perfecta homogeneidad , que se fundaría en la fusión entre europeos y araucanos. Mito extraño y casi inconsciente que se sumerge como un imaginario dominante que busca la no alteración de esta homogeneidad étnica inicial. Así, aparecemos los chilenos como reticentes a todo lo diverso, con las con- secuentes resistencias que nos enemistan de aquello otro, que no es tan otro, porque refiere al final a nosotros. Entonces, el observador va a la búsqueda de la inmigración no en los registros autobiográficos, sino en los más directos de los propios receptores físico-simbólicos del habla —al modo en que la subjetividad y su encarnación vocal, va generando su sonido (por definición, verbal), auditándolo y corrigiéndolo, y así controlándolo,

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