Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas
Territorios, otredades y cuerpos: Vidas cotidianas y extranjerías – 83 encontró que estaba entre medio de palmas chilenas, acaso de los últimos pequeños bosquecillos de aquella, por lo demás, la más austral de las palmas. Y hallaron que el lugar era bonito, y era lo suyo, y en su búsqueda se fueron encontrando a ellos mismos. Notable gesto de mirar adentro y afuera, de encontrarse al mismo tiempo como sistema y como entorno, como sujetos y como mundo. Algo que parte tan bien, puede intentar el éxito incluso en zonas que están casi de servicio, funcional como dormitorios, y simbólicos, como la otredad. Comunidad y vínculos; pensemos que los vínculos son del orden del afecto, la emoción, del cuerpo y el deseo. Todo aquello opuesto a la razón que aliena de lo común de la comunidad, aquella que se reconoce en que se necesita, en ligarse. La apuesta entonces se hace sinérgica: romper con la idea de un “hombre” separado y superior a la naturaleza, que la somete y controla; y optar por la mirada ecológica, buscando reconocerse en unidad, la vinculatividad, desde Giordano Bruno, al mi- rarse, como parte de un paisaje animalmente humano, que busca un lugar en con- junto al vincularse con lugar y habitantes, partes de lo mismo. La mirada ecológica propone romper con la hegemonía de la razón. Así, al inte- grar al “hombre” como uno más de la naturaleza le devuelve su animalidad, su cuer- po, emociones y deseos como elementos centrales, y no despreciables, de su forma de ser. Ecología que los retoma como comunidad, todos dentro de un plano mayor, panteísmo que diviniza todo al mismo tiempo que lo desacraliza. Apuesta por renunciar al destino de lo feo que se esconde, buscando sus propias bellezas desde dentro y en lo que rodea. Lo mismo ocurre con la voz, la música, del migrante. No hay nada como la voz, y referimos así a la fonética como la prosodia, y hasta la música que resulta, para señalar la dualidad constitucional sujeto/grupo; y en esa dualidad, la notable experiencia cultural de reconocer el sonsonete propio y el de otro. Escena por lo misma propicia para se carguen allí las profundas filosofías con que cada grupo, y hasta cada sujeto, concibe esta relación. En la fonética no se expide ningún rasgo subjetivo definitivo o absoluto, ni en la prosodia ninguna alma de los pueblos que quede allí expresada, u otras sustan- cializaciones análogas. Lo que si ocurre es que cada grupo a) da lugar a una voz (pronunciación, prosodia) propia y característica, distinguible desde afuera y desde adentro, o lo que es lo mismo, b) que esa diferencia le tiende a parecer profundamen- te identitaria y diferenciadora. Por ello, tanto para el inmigrante —o el viajero en general— como para el nativo o residente, aun en el caso, y acaso sobre todo en estos casos, en que se habla la misma lengua —lingüística—, pero aquella lengua viene en distintas hablas —sociales, “nacionales”, de clase, etc. —. Así, se produciría en torno a la voz, o la musicalidad de la voz, en lo que tiende antecedentes, o externo a las codificaciones lingüísticas (por lo que es posible una
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