Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas
82 – Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas amiga, y también la veleidosa. Naturaleza salvaje, no aquella paradisiaca construida por los mitos modernos de palmeras y resort; sino aquella a conquistar e incluso construir. Nuevamente se instala la oposición civilización-ciudad/salvaje-trastienda. ¿Cómo subjetivarse en un territorio otro, por construir? ¿Dónde queda la comunidad? En ese lugar, hecho para el techo y nada más, la comunidad y la subjetividad, como en La Legua, ha de hacérselas crudamente con esta otra cara de su semiexclu- sión: la propia debilidad del lazo comunitario entre los participantes, y hasta el ries- go de la propia consistencia o de lazo interno de cada sujeto. Por eso es clave cuando indican, los protagonistas de un intento de hacerse en el lugar, sujetos, que todo co- menzó con “interiorizarse en nosotros mismos”. La salida de ese lugar, para recrearlo, era entrando al otro: al del nosotros, reencontrarse como sujetos, recuperarse en calidad de tales, y no como el espectro que deja entre las calles y las casas ese intento esquizofrénico del Estado de dar techo y negar casa, lugar, hábitat; de intervenir, en- trometiéndose, para luego abandonar, hasta que la cuota del desorden encadenado a la exclusión, la pérdida del registro de las cosas, en suma cuando aquello comienza a construirse como a una otredad demasiado compacta, vuelve a intervenir. Giannini nos habla del domicilio como el lugar de la necesaria reflexividad co- tidiana; domicilio que implica la “disponibilidad para sí”, como tramitación inter- na de las enajenaciones que traen lo externo, para poder reconstruirse. Volver a sí mismo, en un tiempo propio. La comunidad de La Laguna al parecer realiza este ejercicio, necesario para una comunidad que había sido negada, y que necesita partir desde el propio autoconocimiento del nosotros antes de salir ante lo otro. Así, el interiorizarse significa para estos habitantes, como decían siglos median- te Sócrates, Gramsci y Freire, conocerse a sí mismo. No se trataba de aprender nada, ni de salir, hasta ni siquiera de ser intervenidos. Se trataba de saber quiénes eran, de reconocerse: y es que el orden social que les semiexcluye lo hace al modo in- consciente, negándoles precisamente el acceso a su interioridad; negándole interio- ridad a lo que solo resulta aprehensible como una gama de reacciones, un puñado de necesidades e indicadores respectivos, en fin, una realidad de sujeto reducida a polvo, como una química social. Disueltos en la polvareda, de puntos y variables, no pueden saber de sí como conjunto, no pueden reconocerse como nosotros, y solo entonces quedan como los restos estadísticos de Chile, como los otros minoría de la sociedad de masas, o sea más o menos nada de interés más allá del más estrecho de los lenguajes focalizadores donde acaso, si es que no se han pasado un poco hacia arriba (se sabe, cualquier monto puede hacer la diferencia) o incluso hacia abajo (si además de pobre se presentan rasgos disfuncionales de carácter por ejemplo), puede aparecer como dato relevante. Retomando también el segundo gesto: cuando el grupo se miró, en La Laguna,
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