Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas
56 – Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas lita, se distiende, se envenena a sí misma, y otra que entra, enmascarada. Las fuerzas en juego en la historia no obedecen ni a una destinación ni a una mecánica, sino efectivamente al azar de la lucha. Ellas no se manifiestan como las formas sucesivas de una intención primordial; tampoco asumen el aspecto de un resultado. Aparecen siempre en lo aleatorio singular del acontecimiento (Foucault, 2001, traducción de los autores). El acontecimiento de la llegada de población inmigrante a un territorio involu- cra la presencia de otros cuerpos, otras relaciones y otras modalidades de habitar. Es decir, involucra otras formas de producir lugar. Una de las formas de producir lugar y generar territorio es la sonoridad y, en particular, las prácticas de uso, producción y escucha musical, por cuanto constituyen intervenciones y marcajes materiales que hacen audible la identidad e historia del grupo y lo ponen en relación con otros. Incluso el ruido cobra un rol significativo en este plano: en palabras de Labelle, el ruido puede ser considerado como “evidencia y como catalizador de un cambio cul- tural dinámico operante a través del topos urbano” (2010, p. xxiii, traducción de los autores). Lo anterior a pesar que la permanencia y duración de las intervenciones sonoras sea menor a otras formas de simbolización como, por ejemplo, las interven- ciones gráficas (Fraenkel, 2008). Toda forma de simbolización, es necesario recordarlo, es el resultado de una articulación de factores, de una activación de elementos. En consecuencia, toda for- ma de simbolización hace parte de un entramado de relaciones intersubjetivas, pero también interobjetuales, que le trascienden. Las formas de simbolización a través de las cuales se produce lugar se enmarcan en el proceso de habitar, de lo que se deriva que muchas veces son simplemente “secretadas” y no producidas intencionalmente. Hacen parte de los desempeños cotidianos y prácticos de los miembros del grupo. Es por ello que cabe pensarlas como “artes de hacer”, como tácticas y/o estrategias, como prácticas que expresan un modo de relacionarse con el mundo, con el tiempo, con la producción de la vida. Se trata de prácticas que expresan una lógica y una relación con el poder. De acuerdo a la perspectiva aquí adoptada, la sonoridad y la música de los in- migrantes cumplirían una función facilitadora del habitar un lugar al que se arribó y que no es, en ningún caso, un espacio vacío, puesto que registra huellas de otros tránsitos y significados previos. Un habitar que se teje mediante la generación de lazos con otros a través de una serie de prácticas, entre las que se cuenta la música, para apropiar y eventualmente disputar un territorio donde estabilizar el habitus alterado por el desplazamiento. De esta forma, la sonoridad y la música ofrecerían formas de mediación, lengua- jes para nombrar, significar, explicar o traducir las cosas y las experiencias nuevas.
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