Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas

Música y sonoridadmigrante en el barrio: crear cotidianeidad, domesticar el territorio – 55 reivindicada, de diferentes formas, por un colectivo. Segundo, que por el solo he- cho de llegar a ese territorio, los migrantes le agregan nuevos significados. Tercero, que una de las formas en que se producen significados y se genera la apropiación —y la disputa por la apropiación— es la música y, más generalmente, la sonoridad. Cuarto, que la sonoridad y la música, en tanto formas de producción de lugar y de apropiación, nunca aparecen solas o aisladas, sino que siempre hacen parte de una práctica o actividad mayor: de un “habitar”. Quinto, que la sonoridad y la música, en tanto procedimientos de producción de lugar y de apropiación, pueden ser enten- didas como “operaciones microscópicas”, como “artes de hacer” y, en consecuencia, pueden ser pensadas de acuerdo a la distinción entre táctica y estrategia. Sexto, que la sonoridad y la música, en cuanto procedimientos de producción de lugar y de apropiación, propenden a la estabilidad y al conjuro del acontecimiento. Séptimo, que el inmigrante puede ser definido, justamente, por su apertura o exposición al acontecimiento, vale decir, como aquel o aquella que acontece. Pasamos ahora a revisar de modo más detallado estos puntos. Que los migrantes lleguen a un territorio significa que llegan a un lugar que es y está siendo apropiado por un grupo o unos grupos. Reconocemos, siguiendo a Augé (2004), que un lugar, el llamado “lugar antropológico”, es aquel espacio en que es posible observar signos o huellas de la identidad, de la relación y de la historia del grupo. Vale decir, es aquel espacio intervenido materialmente por el grupo, de modo de hacer visibles aquellos elementos, sucesos, experiencias, personajes, etc., que le dan cohesión, que le distinguen de otros grupos y que le singularizan respecto de cualquier otra colectividad, dándole un carácter único. Tales marcas y simbolizaciones son indicativas de la apropiación y convierten al espacio en lugar común (Campos, 2009). La sola presencia de inmigrantes inter- viene ese estado de cosas, subvirtiendo y controvirtiendo lo común, haciendo que aquello que parecía propio y unívoco devenga objeto de disputa. Esto porque la mera aparición del otro en el territorio propio es una modificación del estado de cosas preexistente y se convierte en una marca de alteridad, en un desafío a la simbo- lización (Augé, 1997). Desafío a la simbolización por cuanto con el inmigrante —de forma similar a lo que ocurre con el extranjero de Simmel (1984 [1908])—no existe experiencia previa de relación, e incluso puede no existir historia de relaciones a la cual recurrir para pensar el acontecimiento de la llegada del otro al territorio propio. Conviene recupe- rar aquí la definición de acontecimiento hecha por M. Foucault: Acontecimiento hay que entenderlo no como una decisión, un tratado, un reinado o una batalla, sino como una relación de fuerzas que se invierte, un poder confiscado, un vocabulario retomado y vuelto contra sus usuarios, una dominación que se debi-

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