Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas
120 – Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas sentidos. Como señala Bang, “el espacio de juegos posibilita compartir libremente una actividad informal y desestructurada, muy diferente a la modalidad de relación en el interior de las instituciones” (2012, p. 8), es decir, posibilita una relación de horizontalidad entre los diversos implicados, como una forma de articulación de sig- nificados y experiencias compartidas que posibilitan el diálogo en la interpelación a las condiciones estructurales en la vida cotidiana de los niños y niñas. En concreto, en esta experiencia de trabajo las acciones estuvieron orientadas a fomentar prácticas de buen trato y respeto en la relación entre y con los niños y niñas, teniendo como base procesos socioeducativos donde el juego es considera- do como una táctica de resistencia. El juego, además, al igual que la táctica de De Certau (1999), es movimiento, por lo que implica tránsito, cambio y creatividad. A partir del juego, como forma de ejercicio de derecho, se transita y habita el territorio, como forma de actuar en él y crear(lo). Grupalidad como espacio de conspiración La demanda de los niños y niñas, particularmente de las niñas, ha sido la atención y acompañamiento individual por parte de los/as facilitadores/as, pero nuestra in- tencionalidad ha sido siempre volver al espacio de la grupalidad, puesto que éste se entiende como un proceso de construcción colectiva que posibilita pensar otro mundo posible desde el nosotros colectivo. Por ello es que entendemos la grupali- dad como el espacio de la “conspiración” (Foladori, 2005), esto es, un espacio para generar acuerdos en aras de ejercer poder, de sentir como propio lo que se desea, lo que se hace para conseguirlo y lo que finalmente se obtiene. Entendemos, entonces, al grupo como el lugar en el que nuestros actos cobran sentido con respecto a un todo social que lo trasciende y al que de alguna manera se quiere influenciar. Es decir, lo entendemos como un lugar de diálogo de posiciones y relaciones de poder, que posibilita interpelar las condiciones estructurales en las cuales nos situamos, a saber: un contexto de trastienda, ocultado y olvidado por las políticas públicas, desde donde se develan los lugares significativos para un grupo de niños y niñas de esta población. Reflexividad en el proceso de diálogo en la experiencia de trabajo Consiste en remirar constantemente y de manera crítica el proceso de trabajo rea- lizado en esta experiencia de intervención/creación/investigación con el propósito de dar rigurosidad y coherencia teórico-metodológica a la práctica. Entendemos la reflexividad, siguiendo a De la Cuesta-Benjumea, como: una habilidad humana que está presente en las interacciones sociales y, precisamente por esto, se hace presente en la investigación cualitativa. De acuerdo con el inte-
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