Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas
Los lugares de Autoría y Actoría de niños y niñas como tácticas de resistencia en la vida cotidiana – 111 ral es de un 14,4 por ciento y en la población infantil corresponde al 22,8 por ciento de los niños y niñas del país. Esto se agudiza en niños menores de 3 años, la cual es un 67 por ciento mayor que la pobreza a nivel nacional. En términos generales, la pobreza en hogares con niños, es 3,3 veces más que en el resto de la población general (Ministerio de Desarrollo Social, 2012). Estos datos son consistentes con los arroja- dos por la Casen 2013, en la cual se establece que la diferencia de la pobreza en Chile y la pobreza infantil se distancia en casi quince puntos porcentuales. Además, esta situación de la pobreza infantil parece resaltarse cuando se asocia con patrones de desigualdad territorial, etaria y de género; es decir, tienden a afectar más a regiones con población indígena (mapuche), a la primera infancia y a las mujeres (Ministerio de Desarrollo Social, 2015). Es evidente que a pesar de la evidencia de estos datos, la problemática de la in- fancia no se reconoce como prioritaria en el ámbito de la política pública, ni mucho menos se reconoce a los/as niños/as como un grupo estratégico para el desarrollo del país, siendo esto el efecto de las concepciones hegemónicas de la infancia. La respuesta desarrollada en las últimas décadas por la política pública y social enfocada en niñez, ha estado caracterizada por la abundancia de diseños de programas socia- les homogéneos que se focalizan en las distintas problemáticas de este grupo etario, no reconociendo las particulares necesidades, demandas o recursos locales, y que no incorporan a los niños y niñas en la evaluación o planificación de las mismas. Nociones de participación de niños y niñas Tener presente las miradas culturales que operan para comprender y relacionarnos con los niños y niñas, permite detenernos en la revisión de un punto significativo que es la participación de ellos y ellas en los espacios comunitarios. Si partimos de la premisa que la participación permite que las personas desplieguen sus talentos y ca- pacidades, generando desarrollo, identidad y pertenencia, ésta toma más relevancia en las primeras etapas de la vida de los seres humanos. El término Participación viene del latín participare , compuesto de pars , que sig- nifica parte, y capere , que es tomar. Como indica la etimología del concepto, partici- par significa tener parte en una cosa (Ander Egg, 1982). Es el proceso de compartir decisiones que afectan a la vida propia y a la comunidad. Participación también pue- de ser definida como un proceso psicosocial mediante el cual las personas se movi- lizan para la consecución de ciertos objetivos que les permite satisfacer necesidades y producir cambios sociales (Montero, 2004), es decir, “participar es actuar junto a otro en la resolución de un problema común, donde el problema es fundamental- mente la vida cotidiana de los hombres” (Rozas, 1992, p. 52) y de las mujeres. Por ello, el concepto de participación no puede estar desligado de una idea de sociedad.
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