Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas

Los lugares de Autoría y Actoría de niños y niñas como tácticas de resistencia en la vida cotidiana – 109 la representación de la infancia. Foucault nos habla de cómo la Escuela, en tanto institución disciplinar, no tiene el objetivo de solo trasmitir conocimiento, sino más bien se propone formar perso- nas, producir cierto tipo de subjetividades. Tal como describía Ariès (1981), desde que se inicia el sentimiento de infancia, este se expresa de dos formas distintas, en la vida privada, en la cual los niños/as son vistos a través del juego y de la distracción como seres entretenidos y divertidos. Y fuera de la familia, donde la infancia es sig- no de liviandad, fragilidad y debe ser conocida, disciplinada y corregida (Foucault, 2009). Bajo esta representación, autores como Emilio García Méndez (1997) han plan- teado que este “descubrimiento” de la infancia se encuentra a la base de la categoría de “situación irregular”, en el sentido que desde el comienzo se construyó cultu- ralmente una incapacidad de la infancia que luego fue consagrada jurídicamente. Por ello, este descubrimiento trajo aparejado no solo la pérdida de libertad de los niños, sino su posterior división entre “niños y adolescentes” y “menores”, siendo estos últimos los que quedan fuera del circuito familia-escuela, y para los cuales se diseñaron instrumentos específicos de control de carácter socio-penal. Este autor, en coherencia con lo que han sido los procesos latinoamericanos, nomina la historia de la infancia como una historia del control . Vale la pena destacar que existe evidencia que estos diferentes procesos deriva- dos del descubrimiento de la infancia afectaron de modo diferente a las niñas de todas las clases sociales y a los niños/as de las clases trabajadoras. La dependencia de las mujeres y de los niños/as se refuerza mutuamente a partir del surgimiento del sentimiento de infancia. Fuera de la familia, la situación es distinta, con el adveni- miento de la psiquiatría en el siglo XIX, la infancia será la figura de lo patológico, de lo anormal: la infancia es el filtro para analizar los comportamientos y basta con encontrar cualquier vestigio de infantilidad para que una conducta sea psiquiatriza- ble (Kohan, 2004). Desde una revisión de la historia nacional, Gabriel Salazar (2002) nos relata cómo ha sido tratada nuestra infancia desde fines del siglo XIX y principios del XX, retratando la marginación, despreocupación y abandono que ha caracterizado la re- lación con los/as niños/as y niñas, especialmente de las clases “proletarias”. Es rele- vante que en nuestro país, desde épocas poscoloniales, se genera una configuración familiar con una alta presencia de jefaturas monoparentales femeninas, retratada por la figura de los/as niños/as “huachos”. Al respecto, Salazar nos relata que el huachismo infantil se bifurca en dos rama- jes. Los niños y niñas pertenecientes al primero crecían dentro de las casas señoriales (los “chinitos y chinitas” de Arauco) y vivían confiscados en casas de honor. Estos, se supone, estaban civilizándose en privado. Los segundos eran los que crecían por

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