Dossier N°7 del programa de Estudios Comunitarios Latinoamericanos de la Universidad de Chile: COVID-19, feminismo decolonial y revueltas populares
M ONTALVO -R EINOSO , R. F EMINISMO DECOLONIAL : N UEVAS MIRADAS Y CONSTRUCCIONES COLECTIVAS Señalo esto porque considero que en toda nuestra región y en el Perú, los feminismos han sido una constante fuente de resistencia, han luchado por que las mujeres se reconozcan y sean reconocidas como sujeto político, disputando el poder patriarcal instaurado. Se empezó a reivindicar que lo personal es político, se pugnó por romper las murallas que dividen lo privado y lo público y colocan en la agenda la violencia como un mecanismo de control del sistema patriarcal que hay que combatir. Plantearon la democracia de forma más radical, democracia en el país, en la casa y en la cama, lo que expresa precisamente la relación entre lo público y lo privado como parte del entramado político y de lo que hay que desentrañar para terminar con la opresión de las mujeres, y se enfrentaron a las dictaduras y a la violencia estatal. En el Perú también, el movimiento feminista se jugó por la democracia en los 70. En los 80, siguió actuando en un escenario profundamente conflictivo, impregnado de terror, como fueron los años del conflicto armado interno, que impactó incluso en las posibilidades de generar movimiento. Asimismo, en los 90, las feministas se enfrentaron a la dictadura fujimorista, que estaba logrando captar a las mujeres de sectores populares, cuyas demandas se enfocaban en la reproducción doméstica y la alimentación, lo que representaba para ellas la reproducción de la vida. Y aquí quiero señalar un punto de quiebre en esos momentos, que es importante resaltar y que tiene también que ver con las distancias entre algunos feminismos, con el movimiento de mujeres populares y la imposibilidad de permear los colectivos de mujeres para que se incorporen al movimiento feminista. Creo que una limitante profunda es precisamente considerar que los problemas de las mujeres son los mismos para todas las mujeres sin considerar otras variables que nos cruzan. Así, mientras las mujeres organizadas en comedores populares luchan por la sobrevivencia, esta sobrevivencia no fue leída e interpretada por los feminismos en clave de sostenibilidad de la vida, de agencia y resistencia, sino de reproducción de roles subalternos, de la continuidad del rol reproductivo, de mujeres a las que había que ayudar, manifestando, ya sea explícita o implícitamente, en sus narrativas la “retórica salvacionista” de las que nos habla Karina Bidaseca (2015, p. 56). La limitada capacidad para leer a las otras en su diversidad y sus demandas, no solo alrededor del género sino de los ejes de clase, racismo y discriminación, y de acercarse a sus formas diversas de lucha ha sido también una gran limitación de los feminismos e incluso de algunos otros movimientos sociales. Un ejemplo que ayuda a graficar esto fue lo ocurrido durante la actividad que marcaba el inicio de la Marcha Mundial de las Mujeres, en octubre del 2000, en Lima. Con más de 30 mujeres indígenas nos habíamos preparado la tarde anterior para la participación en la marcha. Ellas habían escrito canciones sobre la violencia, el hambre y la pobreza. Cuando llegaban a la concentración con tinyas y cantos y a ritmo de huaynos, pandilla y huaylarsh, bailando y cantando, un grupo de mujeres urbanas que esperaba, empezó a gritarles “esto es protesta, no es una fiesta”. Como dice Rita Segato, la colonialidad al interior de los movimientos se refleja cuando corresponden a estructuras de pensamiento y a realidades civilizatorias que no son las nuestras. Porque para las mujeres indígenas, para las mujeres campesinas, para las mujeres rurales, en la fiesta, en la siembra y cosecha colectiva, en sus bailes y canciones tejen también la resistencia y sus sentidos de lucha y de vida. 36
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