Dossier N°7 del programa de Estudios Comunitarios Latinoamericanos de la Universidad de Chile: COVID-19, feminismo decolonial y revueltas populares
C AMPOS , A. C HILE ANTE LA ACTUAL PANDEMIA : U N PLAN DE ACCIÓN BASADO EN SUS COMUNIDADES puedan contener “paradigmas”. Por el contrario, albergan corrientes de pensamiento cuyas contradicciones, acercamientos y reemplazos tenemos que dilucidar y examinar de manera constante. Esta es una tarea indispensable para dilucidar nuestros avances y tropiezos de orden epistemológico, teórico sustantivo y metodológico. La Psicología Comunitaria no podría ser una excepción dentro de este cuadro. Al menos dos preguntas suscitan diferencias con muchas consecuencias: a) ¿Cómo la situamos en el contexto global de la Psicología académica y profesional? Esquematizando, se puede decir que dos respuestas suscitan importantes diferencias. Algunos, con un criterio conservador pero vigente, optarán por entender la Psicología Comunitaria como una “rama” o parcela del saber- hacer psicológico. Esta manera de pensar conduce a entender su identidad y buscar su fuerza apelando a límites epistemológicos, entre los cuales resalta, con matices llamativos, la curiosa separación que se postula ante la Psicología Social. A nuestro criterio, esta línea de pensamiento sólo debilidades y errores puede traer consigo. Otros, entre los cuales se cuenta quien escribe, entienden que la Psicología Comunitaria no es un segmento dentro de la disciplina, sino una proyección polifacética e integral del conocimiento psicológico sobre un objeto de estudio y acción diferenciado, no recortado: la comunidad como sujeto colectivo en proceso. b) ¿Cómo definimos nuestro quehacer en el ámbito comunitario? En este punto básico se perfilan, simplificando, dos posiciones. Una, basada en la figura del profesional como “agente externo”, lo presenta como trasmisor de conocimientos y eventualmente como guía calificado, cuya asimilación por parte de la comunidad requerirá el uso de procedimientos o “técnicas” de “participación”. La viga maestra de esta manera de actuar es la noción rara vez cuestionada de “intervención” , que hace algunos años comenzó a ser suavizada por una receta con aires democratizantes: el profesional como “facilitador”. Otra arranca de la premisa que la coparticipación es un componente inherente al quehacer comunitario y por lo tanto se opone a la consabida intervención, que entre otras cosas ha ayudado a invisibilizar una cuestión espinosa: ¿el profesional ha de actuar “en” o “con” la comunidad? Forma parte de ella una postura realmente innovadora: la praxis comunitaria participativa , impulsada de manera especial por colegas mexicanos. Esta perspectiva presupone una inserción comprometida del profesional en el sujeto colectivo comunitario. (3) La concepción y programación de la Salud Mental 11
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