De cobre, microbios y arte
Prólogo 11 fabricación de instrumentos de viento y percusión, proporcionándoles una gran resonancia acústica. Sin él, muchos instrumentos musicales no brindarían sus extraordinarios sonidos. En la pintura el cobre también ha dejado su huella. El cardenillo o verdigrís es una mezcla de acetatos de cobre con óxidos e hidróxidos de cobre que se usó como pigmento verde muy frecuentemente en la pintura al óleo hasta el siglo XIX. Este pigmento tiene la curiosa propiedad de cambiar de tono desde un verdeazulado inicial hasta un tono más verde y estable con el tiempo, lo que requiere de una destreza de los pintores en su preparación y uso. Las recetas antiguas cuentan que para obtener el verdigrís se dejaban trozos de cobre en vinagre o en orujos de uva, ya que en contacto con el ácido acético se forma la costra verdeazulada. Muchas obras maestras que hoy admiramos en los museos tienen en sus pastos y follajes la cara verde del cobre. Además, el cobre se encuentra en otros pigmentos, como la azurita y la malaquita. La azurita se obtenía en las montañas germanas, por lo que se le conocía como azul de Alemania o azul de las montañas y fue muy popular durante la Edad Media y el Renacimiento. La malaquita se usó en todo tipo de técnicas pictóricas, en especial en frescos y temples. Hasta los escritores y poetas se han inspirado en el cobre. El libro Cobre de Gonzalo Drago narra la dura vida de los mineros del cobre, sus esfuerzos por arrancar el preciado mineral desde las profundidades del subsuelo, sus desdichas, sus temores y las injusticias sufridas, todo ello como parte de su experiencia como trabajador en la mina El Teniente. Por su parte, los poetas también han dado parte de sus letras al cobre, destacando en este caso su modestia frente a otros metales, como dice Machado: “tengo en monedas de cobre / el oro de ayer cambiado” ( Coplas mundanas ); o el peligro de las hermosas pátinas verdeazuladas del latón y el bronce del cual nos advierte Neruda: “No sólo son míos la piel venenosa del cobre” ( Cien sonetos de amor , soneto XLIII), ya que el cardenillo es tóxico y por eso se ha usado para controlar el crecimiento microbiano, en especial el de los hongos.
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