Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
801 y contaminación podía hacerlo Andrés Bello, o al menos él se sentía capaz de hacerlo, una vez adquirido el espíritu europeo en Londres. Para inscribirse en la historia, expandiéndola, Bello debe hacer cuajar el espíritu en América hispánica. Ese cuajar del espíritu resul- taría de la unión del imperio, tal como lo hemos tratado, y la libertad en tanto expresión de la civilización. La fina legalidad propia de este maridaje será cultivada por eso tan difuso, en apariencia, que he lla- mado estilo y que más que un sistema de usos o estilística, hemos podido observarlo en una serie de apariciones concretas. En suma, la libertad en Bello, a diferencia de la de Dostoievski , no se rebela contra la suma de dos más dos (como lo plantea Földényi). Es menos arriesgada, es de menos coraje: es la libertad de la huida para el gran regreso. Como un hijo pródigo que, en vez de volver pobre y arrepentido, vuelve al padre —vuelve a la historia— rico y soberbio. Hay que decir, finalmente, algo sobre las aguas. Las aguas son la puerta a la libertad de Ifigenia en “Táuride”, son la disolución de la que es rescatado Moisés (pero también hacen posible su rescate), y serán para Bello, como para tantos, una posibilidad histórica. Las aguas son el viejo océano tras el cual había emergido América en la historia del desplazamiento occidental como “hija postrera del océa- no”, 250 que era como Bello llamaba a América. Sin embargo, había otro océano, el que menos había conocido Oc- cidente, un hijo postrero de América: el Pacífico. Entre 1680 y 1784 , el océano Pacífico se transformó en un importante eje comercial. En el “marco imperial”, este mundo estaba supeditado al espacio tran- satlántico, pero no por eso no logró autonomía y no se transformó 251 (por ejemplo, de 1849 data el consulado de Chile en Manila informa- do por Bello en una de sus memorias). 252 Bello vivió en relación a tres mares. Primero, el mar Caribe, es decir, el océano Atlántico; después, el mar del Norte, o sea, también el Atlántico; y finalmente, el mar de Chile, esto es, el océano Pacífico. En un pasaje clásico de sus Lecciones 250 Según Gregorio Víctor y Miguel Luis Amunátegui ( 1861 , p. 188 ). 251 Ver el fundamental libro de Ardash Bonialian ( 2012 ). 252 “Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Relaciones Exterio- res presenta al Congreso Nacional”, en Bello (Vol. XIX, p. 616 ).
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