Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

791 Al neohispanismo conservador resultante de esta postura hay que entenderlo como lo opuesto de lo que intentaban los hermanos Amu- nátegui. La generalización y la síntesis apresurada estaban vedadas para los Amunátegui. No es casual que, muy al pasar, el hijo de Gre- gorio Víctor, Miguel Luis Amunátegui Reyes, haya mirado con cautela el uso de esas expresiones en sus Borrones gramaticales . Por eso, no escribieron ensayos sobre el destino, el ideario, la ruta, “la idea de…”, sino que se sumergieron en los detalles. Sus trabajos históricos fueron grandes monografías sobre asuntos acotados, pero repletas de análisis finos, en donde la palabra totalizadora era siempre evitada. Iba casi ciego Miguel Luis Amunátegui Reyes por la Alameda y se detuvo ante el monumento que recuerda a su padre y a su tío. De pronto, a su espalda escuchó una conversación. Obviamente puso atención, pues quienes hablaban se estaban refiriendo a las figuras pardas de esos blancos liberales. “Ese fue grande, el otro era sola- mente su hermano, se coló en el monumento”. El hijo de quien era desdeñado quiso volverse a desmentir esa afirmación, pero se con- tuvo. Acosado por la impotencia, sabiendo ahora que había quienes sostenían que su padre sobraba en el monumento, el hijo regresó a su casa e hizo lo que le había enseñado el padre a hacer en estos casos: escribir un libro. En ese libro entregó tantas pruebas a favor de su progenitor que parece dejar mal parado al tío, o sea, casi sacó a Miguel Luis del monumento. Se publicó póstumamente. No podía responder en vida a conversaciones privadas escuchadas al pasar. Esta anécdota es una escena paradigmática de Chile. Alguien des- acredita al homenajeado. Un implicado para la oreja. No dice nada y se va a su casa. La escena deja de ser típica cuando de esto resulta un libro repleto de investigaciones, de consultas a archivos domésticos. El viejo y ciego Amunátegui, que una vez fue un niño entre su pública familia, y la extendida que consistía en los amigos liberales, debía ha- cer ciencia positiva de los recuerdos. Llegar a decir que uno era más que otro, al revés del comentario, para así equilibrar las famas. Sacar las reliquias a la calle. En esto consistió, en parte, lo que los literatos-historiadores libera- les del siglo XIX, casi todos discípulos directos de Andrés Bello, hicie- ron con la tan próxima historia “revolucionaria” de Chile, y la menos

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