Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

778 Los demás patriotas habían tenido acceso a la ilustración en las ca- pitales europeas y, por lo tanto, habían interrumpido su condición colonial. José Miguel Carrera, por ejemplo, se había educado “re- cibiendo la instrucción que entonces se daba a los jóvenes de su clase, y que no era ciertamente muy profunda”. 201 No era el caso de Martínez de Rozas, su necesidad de cambio procedía de su mera imaginación, de su “entusiasmo”, y no de su experiencia atónita en los centros culturales del Viejo Mundo. Otro de los personajes que puso su pluma al servicio de esta cau- sa fue Camilo Henríquez, “sepulturero de la monarquía”, educado en Lima. Se hace parte Amunátegui Solar de la opinión de Julio Vicuña Cifuentes ( 1865 - 1936 ), según la cual Henríquez fue un escritor que entró tarde en las ligas, que no realizó los ejercicios juveniles de es- critura que le hubiesen hecho falta para serlo en propiedad; que fue víctima del estudio de “un latín artificial” que se estudiaba en la Colo- nia, y que en sus escritos —entre los cuales se encuentran dos piezas teatrales— está ausente “el colorido y la fuerza de las obras que alcan- zan popularidad”. 202 Es fácil percibir en estas palabras los prejuicios propios de una generación que tenía un respeto reverencial por la literatura del ro- manticismo liberal, que vindicaba la precocidad del genio (ejercicio que Barros Arana hizo en la biografía de su condiscípulo Miguel Luis Amunátegui); el menosprecio por el estudio forense y eclesiástico del latín (recordemos la campaña emprendida por estos liberales contra la enseñanza obligatoria del latín en Chile en desmedro del castella- no); y los arrebatos propios del liberalismo romántico que hacían tan populares a los escritores. Por otra parte, Menéndez y Pelayo —que consideraba a Chile “la más floreciente [de las] repúblicas [hispano- americanas]”—, sostenía que Henríquez había sido un caluroso tri- buno, pero que como poeta “era detestable”. 203 No hay que olvidar la animadversión que Menéndez y Pelayo pudiera haber albergado por un sacerdote tan heterodoxo como, se decía, había sido Henríquez. 201 Ibid ., p. 5 . 202 Ibid ., pp. 8 - 9 . 203 Menéndez y Pelayo ( 1982 , p. 161 ) .

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