Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

773 Fantasía”. Las razones de los jóvenes hermanos son bien extraordina- rias, no necesariamente en el buen sentido de la palabra. El hábito de corregirlo todo, enmendarlo todo, en ellos tiene algo de compulsivo: La Gloria no es mas que la gran reputacion que un gran poeta adquie- re entre sus semejantes a fuerza de valor, de injenio, de virtud. Así no tiene el poder de transportar a un poeta de la tierra al cielo, ni de hacerle soñar en flores, palacios i mujeres. La única hada capaz de realizar ese prodijio es la Fantasia . Esta, pues, i no la Gloria , debió ser la invocada por Lillo para alcanzar el objeto de sus votos. 185 Es esta una precisión convincente, pero tiene un innegable aire a entrometimiento. Los Amunátegui no se detienen ahí y a continua- ción se ensañan contra él. Contrastan El ánjel i el poeta con Die Tei- lung der Erde , de Schiller, que consideran de tema y comparación semejante, y que ellos traducen como “La distribución de la Tierra”. En el antiguamente famoso poema de Schiller, Zeus (“Júpiter”, en la traducción empleada por los Amunátegui) ordena a los hombres repartirse los roles sobre la tierra. Aparecen los campesinos, comer- ciantes, reyes y sacerdotes, cada uno apropiándose de los objetos que naturalmente les competen (el sacerdote se apropia del vino rancio; el rey, de los peajes). Él único que no toca nada, pues se ha quedado contemplando la magnificencia del dios, es el poeta, a quien se lo retribuye otorgándosele entrada al cielo en calidad de visitante: “Nos parece que la fuente de los sufrimientos de esos seres privilejiados debe buscarse, no en un hecho aislado, por importante que se le suponga, sino en el contraste del ideal que ellos se forman con las miserias de la tierra”. 186 Pero también los Amunátegui las emprendieron contra la poesía en la que el poeta posaba su angustia. Comentaban Los consuelos , de Esteban Echeverría, diciendo que era “un libro cuyo valor no es intrínseco, sino que fué de circunstancias”, y agregaban que “el tono de casi todas [las poesías] es quejumbroso; el poeta llora o se fastidia, o mejor, aparenta 185 Ibid ., p. 119 . 186 Ibid ., p. 120 .

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