Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

76 de la vida humana no es el parnaso de los seres que habitan la imagi- nación poética aparentemente “neoclásica” de Bello. Él había accedi- do a ciertos círculos del liberalismo inglés, pero esos círculos eran los de un pensamiento digerido en el siglo XVIII, donde las revoluciones no estaban a la orden del día. El nuevo mundo romántico ante el cual se reelabora Stuart Mill, no es el de James Mill (un naturalista) ni me- nos el de Bello. La libertad ya no será un atributo de la naturaleza humana, una diferencia cosmológica con el animal: será ahora una obtención del burgués, fruto de su insistencia, de su conciencia que sale a la calle: en suma, fruto de la historia. Esta es la religión nueva que sustenta un interés de diversa profun- didad. Stuart Mill jugará ingeniosamente toda su vida, en una especie de round perpetuo, contra los geniales enemigos de la libertad. Bello —que supo de este genial niño— tiene casi 50 años cuando regresa a la plena naturaleza americana, aquella que en su poema “Alocución a la poesía” estima el lugar propicio para la poesía. En dicho poema, escrito según parece en 1820 , fragmento de uno mayor que se iba a llamar América y que quedó inconcluso, invita a la musa de la poesía a retirarse de Europa y venir a la “grande esce- na” americana. Pedro Henríquez Ureña sostuvo que la invitación a la Poesía a dejar Europa y venir a América fue una declaración de inde- pendencia poética. Habría que agregar que, más que una declaración de independencia, es una declaración de existencia, de una existencia única y excluyente. La poesía ya no puede vivir más en Europa, nece- sita de la naturaleza y la naturaleza necesita de ella para tener una voz y un sentido. La independencia es la mera idea de nacer por cuerda separada, la de Bello en su “Alocución a la poesía” es que hay una cuerda predilecta para la poesía. La cultura clásica que había adquirido en Venezuela como en Lon- dres le hacía pensar que las grandes poesías épicas fueron concebidas en los momentos de la fundación, todavía no sobrecargada de his- toria. Como dijo Goethe en lo que acabará siendo un lugar común: “América afortunada/ eres más que el mundo viejo/ no tienes viejos General , viendo en sus calles deambular (como Bello) al joven O’Higgins. “XX. Bernardo O’Higgins Riquelme ( 1810 )”, en Neruda ( 1981 , p. 82 ).

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