Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

748 Hay quienes han descrito a la historia como un claroscuro, que se- rían sus contrastes los que la harían más perceptible. De ahí las eras, las épocas, los periodos, los regímenes que se autoexcluyen y se su- ceden entre sí al modo de las estaciones ferroviarias del zodíaco, con la salvedad de que en este zodíaco todo signo es nuevo e irrepeti- ble. Están además quienes han asignado cualidades a ese claroscuro o, por así decirlo, le han teñido de una valoración específica. El caso paradigmático es la Edad Media, edad que —conforme a su nombre— intermedia dos edades (la antigua y la moderna), las separa con un espaciamiento de mil años, y ha sido, además y por lo mismo, llamada “oscura”, puesto que a la antigua y a la moderna se las tiene por lu- minosas. Y si se quiere viajar hacia la acentuación de los contrastes, el siglo XVIII fue durante mucho tiempo el siglo de “las luces”. El de la “Aclaración”, o el de la “Ilustración”, si queremos servirnos de una mala metáfora española, confusa y encuadernada. Dicho siglo sería como luce el interior de una casa, enchapado de espejos y con todas las ampolletas encendidas. Las narraciones de los estados nacionales han levantado grandes murales conforme a tal técnica del claroscuro, técnica que, como en otros casos, ha asegurado un relato comunitario harto definido e in- cluso definitivo, por mucho que nos pese tal efecto de clausura. En la llamada Historia General de Chile, pues, se han pensado dos grandes épocas: la Colonia y la república (definidas por la dominación del Im- perio Español, presente/ausente), ambas precedidas respectivamente por momentos fundacionales: la Conquista y la Independencia, for- midables momentos que se diluyen en las épocas que, cada una, fun- da. Otras naciones cargan con armatostes más pesados. Hilvanar ese relato, sin embargo, requirió de un esfuerzo por sis- tematizar inmensos volúmenes de materiales. Ese trabajo lo efectuó, en parte, la historiografía liberal del siglo XIX en Chile. Si bien la his- toriografía posterior ha sido pródiga en comentarios, reelaboraciones, objeciones, muchas de las cuales han sido geniales, no se ha podido re- emplazar ese zodíaco decimonónico. Continúa orientándose con arre- glo a aquel, oponiéndole nuevas cartografías y orientaciones satelitales. La Colonia es la noche; la república es el día. La Independencia, el amanecer (recordemos La Aurora de Chile) ; la Reconquista, un

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