Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

738 consultar su espíritu El establecimiento de la gramatocracia principia cuando se manifies- ta lo insoslayable de los textos legales que debía imprimir la nueva república. Era una manera de imprimirse a sí misma, salirse de los manuscritos, para así hacerse molde y timbre. Sin embargo, la civilización occidental conoció después de la “in- genuidad” del proyecto centrado en la ley, la “realidad” de otras leyes, que no obedecían precisamente a la voluntad soberana. La deroga- ción de la ley misma, como una genuina expresión y catalizador de la transformación social, fue un verdadero lugar de encuentro. Las leyes civiles, escritas, positivas fueron así consideradas un mero síntoma y no un conjunto de aspiraciones posibles. Ya el mismo Alexis De Tocqueville escribía: Nada más superficial que atribuir la grandeza y el vigor de un pue- blo al mecanismo de sus leyes; pues, en esta materia, el producto se debe más a la potencia de los motores que a la perfección del instrumento. 112 Alexis de Tocqueville consideraba que eran los hábitos, gradualmente adquiridos, los que hacían la diferencia, pero no las leyes. No obs- tante, Andrés Bello no era un legalista ingenuo. Si bien pasa de un proyecto de código en que da mayores atribuciones a otras fuentes del Derecho, termina por poner a la ley por sobre todas ellas. Se trata de una extraña adecuación entre hábito e ideal. Esa adecuación se expresa con arreglo a un tipo especial de redacción de la ley, en el que se manifiesta el detenimiento y el criterio al elaborarla. Los textos le- gales de Bello no son problemas del ideal abstracto, desprendido de lo que ocurre; casi nunca declaran sus principios, más bien los ocultan. Son frías y cristalinas frases a través de las cuales habrá de pasar un mundo modelable, pero no enteramente disponible. Así, Bello no es la mera proclamación del hábito en el sentido tradi- cional y aristotélico. Es un tipo especial de hábito, el hábito gramático, 112 Tocqueville ( 1998 , p. 255 ).