Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

731 Hay, entre las figuras retóricas y tropos que aprenden los niños a clasificar en los colegios, una que no goza de gran aceptación entre los cultores de la medida, de la forma, de la comisura: me refiero a la hipérbole. Si esas figuras son la inflación o deflación de los sentidos, la hi- pérbole es una bomba de ruido. Este tropo exagera porque las pala- bras apropiadas no alcanzan a sonar en los oídos, pero la hipérbole sí resuena. Este carácter duro y disruptivo de la hipérbole es el que cura las sorderas, pero también eleva el concierto de los mensajes. Por eso, una hipérbole abre espacio al mensaje como un proyectil lanzado con fuerza de impacto. Donde el mensaje goza de cierto privilegio, algún cuidado del po- der, las palabras se cuidan, los sentidos se calculan, las hipérboles desaparecen. Sarmiento es un autor de hipérboles cuando era un joven genio llamando la atención del viento. En Bello las hipérboles suelen estar ausentes. Gozando de una mezcla de auctoritas de jurisconsulto y la línea di- recta que era propia del consejero áulico, escribe a menudo dándose a entender sin necesitar de hacerse oír. Su descendiente Joaquín Ed- wards Bello quiso desmarmolizar al antepasado, hacerlo de carne. La verdad es que Bello era de mármol incluso antes de abandonar la car- ne. Se había petrificado en su métrica discursiva, una regla de cálculo donde el poder de la sociedad chilena estaba ya cifrado por su mente absorbente. Ahí la poesía era difícil, de tal suerte que la hipérbole, que debe alertar, no existe. Las exageraciones de un espíritu que proclamaba la libertad de la creación eran maneras de abrirse espacio entre ellas mismas. La pro- liferación de poetas dice relación con la hipérbole como tribuna. Los que han sido elevados hasta otras regiones tienden a moderar el tono. Goethe es el ejemplo clásico de esta moderación. Bello, en cambio, la tuvo siempre, pues su poesía de juventud está llena de sometimien- to a una audacia precavida. Cuando se hace viejo simplemente ya no es un poeta, o lo es muy de vez en vez y bajo anonimato, porque es un gramócrata. Hay demasiada conciencia en él de las consecuencias que tienen sus palabras y el diseño que ellas hacen de ciertos asuntos públicos. La hipérbole no puede estar entre sus figuras. Es más, Bello

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=