Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

726 lecturas de Darío se consideraba “más modernista que romántico”, 91 en un escrito de 1930 dirá sobre la gramática: L a gramática como norma colectiva en poesía carece de razón de ser. Cada poeta forja su gramática personal e intransferible, su sin- taxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica. Le basta no salir de los fueros básicos del idioma. El poeta puede cambiar en cierto modo la estructura literal y fonética de una misma palabra, según los casos. Y esto, en vez de restringir el alcance socialista y universal de la poesía, como pudiera creerse, lo dilata al infinito. 92 He aquí un cambio fundamental, porque el paradigma de Goethe ale- gaba que el infinito se alcanzaba con toda la suma de los logros finitos. La gramática era parte de esta finitud, un eslabón en la cadena de los logros, y su permanente transformación, como explicaba Bello, había dependido ciertamente de los aportes “finitos” que iban haciendo a ella los poetas. La jerarquía de esta escala de logros queda derogada en algunos casos y en otros la fina herencia de Bello se transmuta, se moderniza, de tal suerte que la antigua flor que “hermoseaba las rui- nas”, ahora podía ser una maleza, porque todas las flores —dirá Pedro Prado— han sido malezas, toda nobleza ha sido plebeya y en esto el mismo Prado recuerda el contexto de la ruina. 93 Es un poeta todavía 91 El problema con Vallejo, para la crítica, suele ser visto en relación con la genera- ción modernista a la que pertenecería (se habla de una cuarta), particularmente en Los heraldos negros. En Trilce se asume que es vanguardista. Los autores suelen decir, también, que el modernismo “es el auténtico romanticismo en su recepción hispanoamericana”. Así con Mario Rodríguez, Guillermo Sucre, Octavio Paz, Án- gel Rama. Agradezco a Camilo González Villanueva, que me hizo ver este punto. 92 Vallejo ( 1973 , p. 73 ). 93 Escribe Prado en “Las malezas”: “Todo el año, de un invierno a otro invierno, las malezas luchan desesperadamente. Cuando en la tierra morena, cavada, cer- nida i limpia, no se distingue ni una hebra del pasto arrancado, jardineros, no creáis haber vencido a las malezas. A ellas no les bastan vuestros cuadros, apa- recen en los senderos. Son vagabundas, viven a la orilla de las aguas corrientes. Entre las piedras de las calles, en los muros de las casas, en las concavidades de las rocas, sobre los troncos podridos, i en el agua que se detiene, viven su batalla con resolucion i porfía. Son las primeras yerbas que se enseñorean de una rui- na, i las primeras flores que se abren sobre una tumba. Son modestas de tamaño, pero fuertes i resistentes a la helada i la sequía. Tienen flores tan pequeñas que algunas, como las flores del mastuerzo, no son capaces de contener una gota de rocío; pero los niños, que llevan los ojos mas cerca de la tierra, las prefieren, i

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