Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

723 había estado sumergido. 82 Muy en el orden romántico, lo consideraba depositario de un don: el del “sentido del encadenamiento histórico” (en varias páginas aparece este concepto). En su teoría sobre las verdades históricas, Encina sostuvo que, por ejemplo, entre 1870 y 1891 una “fuerte racha ideológica” había barrido la “verdad primitiva” que mientras tanto se alojaba en algunas gran- des mentes, las cuales volvían a publicitarlas en tiempos serenos. 83 Bello había escrito: “Ni Shakespeare ni Molière interesan por lo que tienen de sus respectivos países, sino por el uso que hacen del fondo común de la naturaleza humana”. 84 Algo semejante sostenía respecto de Terencio: “No pinta, es verdad, las costumbres romanas, pero pinta al hombre”. 85 Esta es una idea que puede ser enrostrada a Encina, porque Encina parece considerar que el fondo solamente puede ser nacional y no pertenecer a la naturaleza humana. Es tam- bién un parelé al romanticismo. Recordemos que Bello no solo estaba interesado en el uso común del fondo de la humanidad, sino en el uso de una región particular: la región americana. Esa opción había que vivirla y sentirla como uni- versal para que fuese realidad. Este programa regional continuará ex- presándose más allá de las fronteras del siglo XIX. Por ejemplo, en su Carlos V en Yuste , Augusto d’Halmar relata triunfal el intento del emperador, en el Concilio de Trento, de imponer el castellano como el idioma oficial de la cristiandad. 86 Las pretensiones universalistas e imperiales del castellano a D’Halmar le resultan un acierto: un intento de lo que será el francés y después el inglés como lengua franca. En D’Halmar se da esa mezcla de poeta e historiador, indecisión propia de una época que vio surgir a grandes escritores cuando todavía era lugar común sostener que Chile era nación de historiadores y no poe- tas. La faz de historiador de D’Halmar impone de cierta forma sobre 82 Ibid. , p. 129 . 83 Ibid. , p. 137 . 84 El Araucano , 15 de diciembre de 1843 , en Bello (Vol. IX, p. 118 ) y Velleman ( 1995 , p. 260 ). 85 Bello (Vol. IX, p. 118 ) y Velleman ( 1995 , p. 267 ). 86 D’Halmar ( 1945 , p. 38 ).

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