Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

719 interesante porque manifiesta los reparos que hacía Bello a una forma literaria, filo-filosófica de hacer historia, y llama la atención que au- tores posteriores como Francisco Antonio Encina le hayan achacado una actitud que el mismo Bello combatió. 69 La obsesión de Bello con lo concreto, sin duda, instaló las bases de la curiositas historiográfica chilena, esa veta del detalle que sus pirqui- neros se dieron a explotar con fruición. Las polémicas emprendidas por Bello podrían retratarlo como un mero diletante historiador, pero lo cierto es que la fineza apreciativa que alcanzó con su estudio sobre la historicidad del Poema del Mio Cid , a través del análisis filológico, desmiente esta prematura impresión. 70 69 Sobre el particular, escribe el artículo “Modo de escribir la historia (primer artículo)”, publicado en las páginas de El Araucano, número 912 , el 28 de enero de 1848 . Bello comenta así las propias palabras de Chacón, que él mismo trans- cribe “Nuestro joven amigo nos permitirá decirle que en las comparaciones con que se empieza en sostener algunas de las ideas del Prólogo, hay más poesía que lógica. “¿Qué se pensaría [son sus palabras] de un sabio que dijese que no debe- mos aprovecharnos del sistema de ferrocarriles europeos, porque es necesario que Chile empiece la carrera de los descubrimientos desde el simple camino carretero hasta el ferrocarril? ¿Qué se pensaría de un sabio que dijese que Chile no debe aprovecharse de la excelencia del arte dramático europeo, porque debe empezar la carrera de este arte, como la Europa, desde los toscos misterios?… ¿Qué se pensaría de un sabio que dijese que Chile no debe aprovecharse de los descubrimientos y progresos de la maquinaria europea, sino que debe empezar, como la Europa, por el grosero tejido de paño burdo y las calcetas de nuestros abuelos?”. La verdad es que estas mismas proposiciones con una ligera modifi- cación no tendrían nada de absurdo. Realmente hay, en todo, cierto camino que es necesario andar, aunque más o menos aprisa. Ningún pueblo necesita ya de producir un Watt para tener ferrocarriles pero sí le sería preciso haber princi- piado, no decimos por la carretera, sino por el angosto sendero, que comunica de una choza a otra. ¿Llevaría el señor Chacón el ferrocarril a nuestra colonia del estrecho? ¿Pondría una fábrica de encajes o de sederías en la Araucanía? ¿Y se necesitaría por ventura ir muy lejos para encontrar pueblos a quienes los misterios de la Edad Media cuadrarían mejor que las tragedias de Racine o los dramas de Victor Hugo? Pero no es esto en lo que consiste el paralogismo. Las comparaciones de que se sirve el señor Chacón no son adecuadas a la materia de que se trata. Una máquina puede trasladarse de Europa a Chile y produ- cir en Chile los mismos efectos que en Europa. Pero la filosofía de la historia de Francia, por ejemplo, la explicación de las manifestaciones individuales del pueblo francés en las varias épocas de su historia, carece de sentido aplicada a las individualidades sucesivas de la existencia del pueblo chileno. Para lo único que puede servirnos es para dar una dirección acertada a nuestros trabajos, cuando a vista de los hechos chilenos, en todas sus circunstancias y pormeno- res, queramos desentrañar su íntimo espíritu, las varias ideas, y las sucesivas metamorfosis de cada idea, en las diferentes épocas de la historia chilena. Si así no fuese, el señor Lastarria, que según el prólogo ha querido darnos la filosofía de nuestra historia, se habría tomado un trabajo superfluo”. “Modo de escribir la historia (primer artículo)”, en Bello (Vol. XXIII, pp. 239 - 41 ). 70 Ver Frago ( 2015 , pp. 107 - 34 ).

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