Andrés Bello: libertad, imperio, estilo
695 para el cristianismo el mesías solo pudo ser el que fue. Todo nuevo remezón histórico es apócrifo y es ante todo imitativo: la revolución puede ser lo que fue porque nadie estaba preparado para ella y na- die estaba preparado para ella porque ni siquiera había una palabra para designarla, una palabra que, una vez ya existe, hace a quienes la pronuncian más capaces de mencionarla, y con esto de advertirla, de aplazarla, e incluso derogarla. Ocurre que después de las revoluciones —canónicas, deuterocanóni- cas y apócrifas—, la “historia” se ha transformado en la gran advertencia que permanentemente recuerda a las nuevas elites de dónde surgieron (“si no fuera por la Revolución francesa, estaría vendiendo naranjas en Ajaccio”, recuerda Joaquín Edwards Bello que dijo la princesa Matilde Bonaparte). La historia y sus ciencias sociales ahijadas irán ocultando y desocultando el imprevisto revolucionario: serán la síntesis que per- mite un nuevo salto —para algunos— y la erudición infinita que impide (o permite) no darlo aún o bien no darlo más. A este segundo grupo pertenece Bello; muchos de sus discípulos y protegidos, en cambio, se enlistarán en el primero. Y es que, para esos jóvenes, serán estas síntesis filosóficas las que darán a la legislación un impulso renovador. Bello, por su parte, no verá en estas grandes síntesis filosóficas sino falsas legalidades disfrazadas de historia para cristalizar sus ideales sin cuento. • Recordemos que Bello tenía una especie de filosofía literaria que veía en la épica un género en desuso, que no cuajaba en su tiempo y que, por lo tanto, solo podía encontrársela en el pasado. Así, la historia go- bierna el futuro y no el género antiguo de la épica, por mucho que haya sido preferido de tantísimos poetas americanos de la primera mitad del siglo XIX. Bello tenía un desarrollado sentido del carácter histórico de sucesos recientes en Occidente; tenía, además, una conciencia profun- da de la crisis, como a ratos, casi al pasar, lo demuestra; y ostentaba, por último, una suerte de claridad dogmática sobre la singularidad de la historia, sobre los significados que hay que indagar en cada detalle, por mínimo que fuera. La historiografía de la revolución hizo durante
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